Ha sido un festival redondo. Algunos lo aseguran con total convicción, más guiados por la comparación con ediciones (de muy mediocres a patéticas) anteriores que por la propia objetividad real de quien tiene los pies sobre la tierra. Y la verdad es que ha sido fácil emocionarse al ver que en un día se han disfrutado dos (¡y hasta tres!) películas de notable. El Zinemaldia nos tenía acostumbrados a los bostezos, las huidas a media película de la sala y los resbalones vergonzosos del palmarés a última hora. Este año no. Este año hacen falta por fin los dedos de las dos manos para poder nombrar las películas que realmente han merecido la pena. Y los dientes no chirriaron casi nada cuando a las 4 de la tarde del sábado el jurado compareció frente a la prensa para comunicar su veredicto definitivo (eso sí, a Querejeta y Portillo les quedan grandes sus dos premios). Todos contentos y el festival satisfecho. Cogió altura por fin, pero eso ya lo he dicho.
Voy a recomendar encarecidamente que disfrutéis un ratito de la merecidísima ganadora del premio grande, esa Concha de Oro a mejor película que le viene que ni hecha a medida a
"A thousand years of good prayers" de Wayne Wang. Una película pequeña, intimista, sencilla y con mucha personalidad, capaz de atrapar a cualquiera con un poco de sensibilidad. Una fábula preciosa acerca de las barreras y los baches en la comunicación, mucho más allá del
Lost in Translation.
Prohibido perderse
"Caramel", galardonada con el premio del público y el de la juventud. Nadine Labaki nos trae esta película libanesa (su primera obra desde detrás de las cámaras), retrato de un Beirut sensual, cálido y cercano a través de las voces de tres peluqueras y otras tres coetáneas que pasan por el centro de belleza. Seis voces, femeninas todas ellas, que viven y transmiten lo vivido desde un tono cómico y ligero. Preciosa. Deliciosa.
Puedo seguir con
"Exodus", una de las muchas películas orientales que han llenado el festival este año. Ésta en concreto llega desde Hong Kong, de la mano de Pang Ho-Cheung. Una historia simple en clave de humor acerca de la conspiración mundial de las mujeres para matar a los hombres y así exterminar el mal en el mundo. Un argumento estrambótico para no menos delirante desarrollo. Una película sin duda diferente, extraña, absurda por momentos, pero tremendamente divertida, contundente y disfrutable. Cien por cien recomendable. Por cierto, se ha hecho con el premio del jurado a mejor fotografía.
"Death at a funeral" del británico Frank Oz, vuelve a ser la vuelta a la vuelta de tuerca de las comedias de humor negro centradas en la muerte. Apoyada en un tremendo trabajo de marketing, esta película llega a España con ganas de ganarse todas las carcajadas del mundo, y lo cierto es que lo consigue muy fácilmente. Carcajadas, risas y lágrimas del esfuerzo por contenerse. Con una trama muy cerrada sobre sí misma y unos personajes muy fieles a sí mismos, se construye sola esta película flotando en la livianeza de sus pretensiones. Para pasar un buen rato. O para morirte de risa.
Y dejamos la comedia momentáneamente para pegar el gran salto transcendental del zinemaldia y de todas las películas que hemos visto en él. Llega Julian Schnabel y se tambalea todo.
"Le scaphandre et le papillon" es una de esas películas que
debes ver. Partiendo de la base de la -perdonen el atrevimiento- rancia historia de un minusválido que primero quiere morir, después intenta vivir y al final acaba la vida decidiendo por él, Schnabel dibuja con pincel fino la agonía de la vida, la alegría de la muerte y las sonrisas del proceso de la una a la otra. Conmociona a la vez que emociona, y lo hace con tamaña precisión que escalofría al ser vista. Sin sentimentalismos, libre de manipulación emocional. Pura y directa. Una gozada de película.
Y del mismo director, otra maravilla, musical esta vez:
"Berlin". Lou Reed grabó Berlin en 1973. Resultó ser un gran fracaso comercial y el album engrosó la lista negra del neoyorkino. Nunca lo tocó en directo. Sin embargo, en diciembre de 2006, en el St. Ann's Warehouse de Brooklyn durante cinco noches seguidas, interpretó esta obra maestra que Schnabel convirtió en cine y guardó en negativo para que nosotros pudiéramos encogernos en la butaca un año después y para el resto de nuestras vidas.
Y de música sigue la cosa. Si Lou Reed nos hizo bailar en la butaca, Ian Curtis pasó de hacernos tamborilear los pies contra el suelo al son de sus acordes a casi provocar la lágrima final generalizada. A modo de biopic, pero sin llegar a serlo,
"Control" de Anton Corbijn, narra las idas y venidas del cantante de Manchester, desde sus primeras letras hasta la formación de Joy Division, y desde su primer concierto con el grupo hasta el último, sólo tres años después. Una vida corta, pero intensa, marcada por la epilepsia, las benzodiacepinas, las traiciones, las infidelidades y la música. Siempre la música.
Y voy a terminar con una última recomendación, si es que alguna de todas las que la preceden, logran verse en pantalla nacional en un futuro. Se trata de
"Lynch", un documento cinematográfico que desvela los pensamientos más internos del director de Montana David Lynch, todos ellos pronunciados durante el rodaje de la delirante
Inland Empire. Quizá viendo este documental logremos entender por qué no hay que intentar entender ninguna de sus películas. Es posible que a través de su filosofía, lleguemos a la razón de sus inconcruencias. Puede que "Lynch" hable más de sus películas que lo que ellas mismas han sido capaz de decir a lo largo de su filmografía. Tal vez despoje a David del misterio que le envuelve, de la mitología sobre su mente enferma, de su fama de personaje estrambótico y sinsentido. O tal vez no....