busca entre mis delirios

miércoles, octubre 24, 2007

fiction-non fiction

Lo primero que recuerdas de ella es una cara linda. En el segundo parpadeo mental, ves un violonchelo. Uno particular, el que rasca ella. Pronto ves sus manos, finas, pequeñas, estilizadas, ideales. En un tercero, a Lola Herrera, borracha y gritando junto a un picaporte algo parecido a "Arantxa, hija mía, lo siento tanto!!! Abre la puerta!". Luego ves a un Alterio haciendo de Freud, a Unax Ugalde interpretando a un Quimi bueno. Y luego la vuelves a ver a ella, sola en una habitación. Te recuerda a tí de algún modo, de demasiadas maneras. Pronto te das cuenta de que no es un reflejo, es una representación. Varios parpadeos memorísticos después rescatas esa cara bonita que se autograba en una cinta VHS. Y sientes ese escalofrío al desenvolver su regalo. Y luego la ves muy poco, muy corto, en unos autos de choque. De pronto, y fugazmente, se abre un telón, y se vuelve a bajar. Y te sigue recordando a alguien que fuiste. Las tablas, el eco, los asientos de madera de ese restaurado teatro. Y se abre el telón, y se vuelve a bajar otra vez. Una cara, un violonchelo, un grupo, un regalo, el teatro. Y de nuevo ella. Un nombre pegado a un apellido que le hace inconfundible, y ahora apenas empieza a sonar. Una sonrisa y su mirada. Esos ojos y su forma de sonreirte con ellos. Bárbara, ella. Encima de un escenario pero sin actuar (¿o quizá si?). El preestreno de Oviedo Express, la última película de Gonzalo Suárez. Y ella lo abarca todo. Emma que es Bárbara. Bárbara que es más Goenaga que nunca. Dicen, se dice, todos somos actores, todos somos ficción. ¿Y ella? ¿Es ficticio su ángel? ¿Realmente se puede ser tan buena actriz en eso? Cierro los ojos y busco un recuerdo que aún no tengo. ¡Parpadeo, inventa, rápido! Mírame otra vez Bárbara, dime que no...

viernes, octubre 19, 2007

08:40

Las nueve menos veinte. Eso dice, y yo le creo, el reloj colgado justo encima del cartel que anuncia la salida (abajo) y la sala Club AVE (izquierda). ¿Qué hago aquí? ¿Qué situación es esta? Sola. Un viernes casi amaneciendo. Con una mochila de más de 20 kilos a mis pies, una bolsa de picos para mi madre y la cara húmeda. Un Suzuki Grand Vitara de exposición mirándome con las largas apagadas por compasión. Decenas de personas que van, vienen, esperan o acompañan. Caras largas. Sueño acumulado. Un madrugón detrás de otro. ¿Por qué hay tan pocas sonrisas en las estaciones? ¿Por qué ni a mí misma me sale sonreir? Estiro la cara, empujo los labio, lo intento, pero no. Dos guardias de seguridad que se pasean tranquilos a lo largo de la sala. El cincuentón de mi derecha peleándose y murmurando al mismo tiempo, increpando al móvil a que le deje escribir su mensaje. Las tiendas cerradas. Los bancos semi vacios. Dos guiris que siguen mirando el mapa. Me pregunto si estarán donde quieren estar. Y un cartel publicitario de Costa del Sol me inquiere... "So, what's your game?" Eso, ¿cuál es mi juego? Pero espera, ¿es que juego acaso? ¿A qué estoy jugando? Quizá juegue a ser la fuerte allá donde vaya. La capaz, la optimista, la valiente, la atrevida, la decidida. La de los dos ovarios. Juego a callar lo que no se quiere oir. Juego a fingir que sí, que yo también creo que todo irá bien. Me paso la vida siendo la que nunca se derrumba, la que ¡no, yo no me puedo venir abajo!. La del temple, la punto de apoyo y sujección. La pirata de boquilla, la que lleva el timón. Y sí, es cierto, juego a combinar la Laura que soy con la que otros necesitan que sea. Y así, sin apenas darme cuenta, he llegado a serlo por fuerza. Me pregunto si será un efecto placebo o realmente soy tan valiente como todo el mundo piensa.
Nueve menos cinco en esta silla metálica y fría de Santa Justa. Viernes diecinueve de octubre. A partir de las 4 te llevan la bombona. Y no te olvides de felicitar a Eva, que es su cumpleaños. Por cierto, se me olvidó apagar el calentador al salir de casa, he tenido una mañana de locos. Hoy estrenamos "Las trece rosas". Deséame suerte. Va a ser una tarde horrible.

domingo, octubre 07, 2007

walkin' in soho


Me cuesta creerme que hace veinte días empezaba mis segundas vacaciones en Sevilla, que hace trece llegaba a Donostia y me colgaba la acreditación del cuello, que hace sólo cinco, gastaba los últimos alientos de mi descanso en Barcelona y que hace dos, llegaba a Madrid y casi de inmediato estaba vendiendo entradas para películas que he visto en el Zinemaldia. Cuando te mueves, el tiempo pasa más lentamente. El otoño es una época extraña.

Las caras que he visto durante las últimas tres semanas han ido cambiando con el movimiento de mi cuerpo. De ella a él hay mil kilómetros, tres idiomas y dieciséis días. He visto al mismo sol salir desde cuatro ciudades diferentes. Las puntitas de mis dedos han tocado dos mares y la lluvia me ha perseguido allá donde fuera a parar. He dormido en cinco camas distintas contando la mía, que casi ni me reconocía. He atravesado la Península de centro a sur, de sur a centro, de centro a norte, de norte a centro y de centro a norte de nuevo, para volver finalmente a desde donde partí. Idas y vueltas constantes, tres maletas hechas y deshechas. Lavadoras. Billetes. Reencuentros. Encuentros. Visitas. Nuevas experiencias. Giros en mi espiral vital. Repliegues. Tropiezos. Abrazos. Regalos. Delirios. Mis ángeles. Mi vida conmigo. Tu vida sin mí. Todo concentrado y sin conservantes, agotándose a cada momento que pasaba, pero viviéndolo al máximo.

Hoy ya estoy de vuelta. Con el domingo llega un poco el lunes, y con él las clases conjugadas con el trabajo, el decreciente tiempo libre y todo lo demás. Sé que si no fuera por vosotros, la sonrisa [que no me falta] se vería mucho más triste. Así que gracias. Por todo y a todos.

lunes, octubre 01, 2007

zinemaldia 2007


Ha sido un festival redondo. Algunos lo aseguran con total convicción, más guiados por la comparación con ediciones (de muy mediocres a patéticas) anteriores que por la propia objetividad real de quien tiene los pies sobre la tierra. Y la verdad es que ha sido fácil emocionarse al ver que en un día se han disfrutado dos (¡y hasta tres!) películas de notable. El Zinemaldia nos tenía acostumbrados a los bostezos, las huidas a media película de la sala y los resbalones vergonzosos del palmarés a última hora. Este año no. Este año hacen falta por fin los dedos de las dos manos para poder nombrar las películas que realmente han merecido la pena. Y los dientes no chirriaron casi nada cuando a las 4 de la tarde del sábado el jurado compareció frente a la prensa para comunicar su veredicto definitivo (eso sí, a Querejeta y Portillo les quedan grandes sus dos premios). Todos contentos y el festival satisfecho. Cogió altura por fin, pero eso ya lo he dicho.


Voy a recomendar encarecidamente que disfrutéis un ratito de la merecidísima ganadora del premio grande, esa Concha de Oro a mejor película que le viene que ni hecha a medida a "A thousand years of good prayers" de Wayne Wang. Una película pequeña, intimista, sencilla y con mucha personalidad, capaz de atrapar a cualquiera con un poco de sensibilidad. Una fábula preciosa acerca de las barreras y los baches en la comunicación, mucho más allá del Lost in Translation.


Prohibido perderse "Caramel", galardonada con el premio del público y el de la juventud. Nadine Labaki nos trae esta película libanesa (su primera obra desde detrás de las cámaras), retrato de un Beirut sensual, cálido y cercano a través de las voces de tres peluqueras y otras tres coetáneas que pasan por el centro de belleza. Seis voces, femeninas todas ellas, que viven y transmiten lo vivido desde un tono cómico y ligero. Preciosa. Deliciosa.


Puedo seguir con "Exodus", una de las muchas películas orientales que han llenado el festival este año. Ésta en concreto llega desde Hong Kong, de la mano de Pang Ho-Cheung. Una historia simple en clave de humor acerca de la conspiración mundial de las mujeres para matar a los hombres y así exterminar el mal en el mundo. Un argumento estrambótico para no menos delirante desarrollo. Una película sin duda diferente, extraña, absurda por momentos, pero tremendamente divertida, contundente y disfrutable. Cien por cien recomendable. Por cierto, se ha hecho con el premio del jurado a mejor fotografía.


"Death at a funeral" del británico Frank Oz, vuelve a ser la vuelta a la vuelta de tuerca de las comedias de humor negro centradas en la muerte. Apoyada en un tremendo trabajo de marketing, esta película llega a España con ganas de ganarse todas las carcajadas del mundo, y lo cierto es que lo consigue muy fácilmente. Carcajadas, risas y lágrimas del esfuerzo por contenerse. Con una trama muy cerrada sobre sí misma y unos personajes muy fieles a sí mismos, se construye sola esta película flotando en la livianeza de sus pretensiones. Para pasar un buen rato. O para morirte de risa.


Y dejamos la comedia momentáneamente para pegar el gran salto transcendental del zinemaldia y de todas las películas que hemos visto en él. Llega Julian Schnabel y se tambalea todo. "Le scaphandre et le papillon" es una de esas películas que debes ver. Partiendo de la base de la -perdonen el atrevimiento- rancia historia de un minusválido que primero quiere morir, después intenta vivir y al final acaba la vida decidiendo por él, Schnabel dibuja con pincel fino la agonía de la vida, la alegría de la muerte y las sonrisas del proceso de la una a la otra. Conmociona a la vez que emociona, y lo hace con tamaña precisión que escalofría al ser vista. Sin sentimentalismos, libre de manipulación emocional. Pura y directa. Una gozada de película.


Y del mismo director, otra maravilla, musical esta vez: "Berlin". Lou Reed grabó Berlin en 1973. Resultó ser un gran fracaso comercial y el album engrosó la lista negra del neoyorkino. Nunca lo tocó en directo. Sin embargo, en diciembre de 2006, en el St. Ann's Warehouse de Brooklyn durante cinco noches seguidas, interpretó esta obra maestra que Schnabel convirtió en cine y guardó en negativo para que nosotros pudiéramos encogernos en la butaca un año después y para el resto de nuestras vidas.


Y de música sigue la cosa. Si Lou Reed nos hizo bailar en la butaca, Ian Curtis pasó de hacernos tamborilear los pies contra el suelo al son de sus acordes a casi provocar la lágrima final generalizada. A modo de biopic, pero sin llegar a serlo, "Control" de Anton Corbijn, narra las idas y venidas del cantante de Manchester, desde sus primeras letras hasta la formación de Joy Division, y desde su primer concierto con el grupo hasta el último, sólo tres años después. Una vida corta, pero intensa, marcada por la epilepsia, las benzodiacepinas, las traiciones, las infidelidades y la música. Siempre la música.


Y voy a terminar con una última recomendación, si es que alguna de todas las que la preceden, logran verse en pantalla nacional en un futuro. Se trata de "Lynch", un documento cinematográfico que desvela los pensamientos más internos del director de Montana David Lynch, todos ellos pronunciados durante el rodaje de la delirante Inland Empire. Quizá viendo este documental logremos entender por qué no hay que intentar entender ninguna de sus películas. Es posible que a través de su filosofía, lleguemos a la razón de sus inconcruencias. Puede que "Lynch" hable más de sus películas que lo que ellas mismas han sido capaz de decir a lo largo de su filmografía. Tal vez despoje a David del misterio que le envuelve, de la mitología sobre su mente enferma, de su fama de personaje estrambótico y sinsentido. O tal vez no....