busca entre mis delirios

domingo, marzo 30, 2008

al umbral de ella

Adentrarse en una casa que no es la tuya establece un diálogo discreto entre tú, el invitado o intruso, y el otro, el dueño, que os pone sin quererlo en común y que prelude en todo caso lo que con tiempo habrás de ir conociendo de su persona. Recuerdo especialmente la primera vez que entré en una casa que después frecuentaría a menudo. Dadas mis ansias de saber y mi espíritu observador no pude sino esforzarme en escanear visual y sutilmente aquel terreno desconocido de momento. Buscaba claves, datos, un detalle del que enamorarme. Me sorprendió en una de las primeras pasadas encontrar en su cuarto un ejemplar a modo de reliquia coleccionable de un ABC antiguo en cuya primera página figuraba la boda de un principito y una principessa hartos conocidos por todo el país al que y que no disfrutaban de ninguna simpatía por mi parte. Se me figuró extraño, quizá incómodo incluso, y sin analizarlo mucho me di cuenta de que no era debido más que a una banal comparación. En un lugar equivalente tenía yo en mi cuarto un montoncito descuidado de Le Monde Diplomatiques y bajo ellos, una serie de recortes del Babelia y el Cultura|s de los últimos meses, o años. Apresuré mi mirada hacia sus estanterías, en busca de algún lugar común al que aferrarme, pero no había apenas literatura sobre aquellas baldas. Asomaban algunos cantos de manuales de esos que algún catedrático le instó a comprar en sus años de universidad con la única y pretendida finalidad de engrosar sus beneficios editoriales. Y según crecía el nerviosismo por algo que aún no localizaba, rastreé en busca de una colección que ella no tenía; esas largas torres que flanquean mi cuarto por todos los frentes, llenitas de DVDs, haciéndolos alcanzar por ahora la doble centena, y cuando, intrigada y desesperanzada por mi búsqueda infructuosa, dejé escapar aquel ingenuo "¿es que no te gusta el cine?" encontré respuesta con aquellos títulos de películas de los que una servidora huía a grandes zancadas. Y con el tiempo no se consigue más que un perpetuo acumulo de diferencias que normalmente te limitas a observar desde la precavida distancia: la revista que elige para entretener las horas de un viaje, la música que sale de su bolsillo, los programas de televisión que ve, el voto que introduce en una urna, los productos que arroja a la cesta de la compra, la ropa que viste, las marcas que paga...
Entonces, un día cualquiera, normalmente demasiado tarde ya, te das cuenta de que por muchas vueltas que hayas dado, a pesar de tanta indagación y registro y después de toda la observación, no has pasado del umbral de la puerta. Cuesta toda una vida no darles el valor que no tienen. O quitarles el que tu despiadado ego les otorga. Porque no lo tienen por mucho que existan esas diferencias o por muy insistentes en hacerse notar que sean. Separan sólo en tu mente y molestan sólo en las conversaciones. Te impresionan, sí, pero no por inusual o extravagante que sean, sino porque tu subconsciente no quiere encontrárselas, porque le gustaría que fuera de otra forma; de la suya, más concretamente. Lo cierto es que aquella primera página del ABC, esos libros solitarios, las carencias y las faltas, las diferencias y oposiciones son meros ornamentos, simples objetos decorativos que se limitan a cumplir diligentemente su función; la de adornar por recargo o sobriedad las cuatro paredes bien dispuestas de una vida cualquiera.

viernes, marzo 28, 2008

18 arrondissement

Vaya noche...toledana se dice, ¿no? No entiendo de localismos hoy, sólo me salen aforismos cansados y sonámbulos que hablan por mí sin que yo sea del todo consciente. Era anoche la primera para Andy siendo Andy en mi pequeño hogar y debió sentírsele grande y vivo. Él decidió que dormir era inútil y no me dejó hacerlo a mí tampoco. Acabó consiguiendo que todos sus nuevos ordenaditos inquilinos se amotinaran en sus baldas y organizaran un debate a veinte voces. Eso es lo que me pasa por compartir 6 metros cuadrados con tanta gente... y tan diferente. Además, me doy cuenta ahora, quizá demasiado tarde, de que dejé la botella de absenta demasiado cerca e hicieron acopio de ella cuanto quisieron. De pronto se pintó un Montmartre o un Gràcia en medio de mi cuarto. Me pareció hasta escuchar a Saint Germain en algún momento entre las 3 y las 4 de la madrugada... Y yo seguía en la cama, medio atónita, medio perpleja y un tercio de cabreada porque nadie me hubiera invitado a la fiesta. Me enteré de los marujeos entre la Beauvoir y Sartre, que prescindiendo de la tan mítica correspondencia postal, decidieron narrarse sus aventuras a voz hablada, intentando alzarla por encima de las salidas de tono de uno o las divagaciones en espiral de otro. Una juerga, bohemia y casi de otro siglo, pero en mi cuarto, anoche y conmigo dentro. Miremos el lado positivo; a este paso, acabo aprendiendo francés de tanto oirlos.

jueves, marzo 27, 2008

p.d

Después de una noche de insomnio no necesariamente sigue una mañana de cansancio. Las energías no renovadas se despertaron despuntando desde la cama como agujas que se clavaban impúnemente en cada una de las vertebras que una servidora intentaba descansar. El desayuno, apresurado, se engulló solo, con ansias de empezar a vivir ya y saltarse de una vez todos los preliminares. Los juegos de mientras tanto siempre fueron mis preferidos. Hoy Andy ya se sostiene en pie y empieza a moverse poco a poco pero con seguridad sobre sus cuatro ruedas. Creo que de aquí a unos días campará por mi mundito como si ya fuera el suyo. Mis invitados literarios duermen tranquilos, ahora sí, una siesta adelantada, limpitos, aseados y ordenaditos entre sí. Y mi papelera ruge desde su esquina una sobredosis a expulsar. Por lo demás, todo igual, exactamente igual que ayer. Me digo si el hecho de que no haya ningún cambio debería provocarme quizá una sonrisa plena de alivio o si en cambio he de abrir de nuevo la caja de herramientas y dejar que ellas hagan y deshagan. Todo igual. Nada nuevo bajo este cielo gris. Salvo dos ojeras, un atornillador satisfecho y Andy sonriente y bostezante.

Andy

No se me ocurre nada mejor en qué invertir este insomnio momentáneo y presumiblemente pasajero. En el suelo descansan impasibles e inertes, rotos y deshechos, los restos sobrantes de una caja de cartón que he roto como hioe una noche de reyes cualquiera hace más de veinte años. Sobre mi cama han alunizado en pocos segundos los principios de una estantería aún por montar. Sobre mis rodillas en este mismo instante, las instrucciones que a modo de comic te explican como conseguirlo. Son graciosos estos del Ikea, como con un texto no verbal, aparentemente universal en la forma y neutro en el idioma, consiguen que me parezca que me están explicando en chino. Le pregunto al destornillador de estrella si él cree que juntos lograremos darle forma. Me responde que qué va a saber él si encima tiene que ir en contra de sus principios y atornillar en lugar de lo contrario. El caso es que sí, ha llegado el momento y siento que es justo éste. Necesito un poco de orden en esta habitación que es mi casa y mi mundo en 6 metros cuadrados. Todo junto y a una vez. He tenido mucho caos, por etapas en sus puntos más álgidos. Primero me sitió Camus, siguió Dostoievsky por todos los frentes, y Nietzsche, a quien dejé que me violara intelectualmente todo lo que quiso, después llegó tímidamente Murakami que fue ganando terreno, y Sartre a chorros empapándolo todo, y Proust, siempre él, inagotable, incansable. Ahora me invaden todos al mismo tiempo. Las estanterías se me agotan, ellos se amontonan sin asiento asignado y el overbooking empieza a hacer sufrir a mis invitados que, sin rechistar y con mucha resignación honorable, se limitan a pastar entre los escasos restos de espacio libre de mi escritorio, mi mesilla de noche y el suelo bajo mi cama. Pero quiero darles un mejor destino lejos del polvo, de las caídas fortuitas, de los suicidios involuntarios, de las manchas de té, de las torceduras de esquinas; me gustaría proporcionarles una comodidad, un confort que les haga sentirse en su casa, orgullosos de la hospitalidad recibida. Y le doy la vuelta una vez más al folleto explicativo. Sigo sin ver claro cuál es la derecha y cuál la izquierda, si lo de arriba está abajo por algo en concreto o yo lo he montado al revés, si se mira la figura de frente o de lateral, desde el punto de vista del puto folleto o desde el mío. He perdido el punto de referencia y el atornillador -sí, le he cambiado el nombre por simpatía- me da la razón. Pasamos del croquis. Vamos a llamar al sentido común, seguro que él averigua donde meter qué y cómo para que Andy sea Andy y no sólo un montón de palos ensamblados. Y sí, mi nueva estantería se llamará Andy, pero eso será ya mañana.

domingo, marzo 23, 2008

continuidad de la esquina

Me pregunto cuántas veces hay que doblar una esquina para que se enderece del todo. Me inquieta no por deseo e ilusión, sino por preocupación y tormento. Qué haríamos con una esquina que por rectitud perdiera de una vez para todas el encanto que ahora, mientras sigue siendo esquina, esconde tras ella. No hay mayor misterio urbano que el de las dobleces de una calle. Tras el canto de una cualquiera descansan las calles que te parece que nunca antes pisaste. La cuesta, la única en toda la ciudad. Los tulipanes que crecen sanos en el balcón del primero y el gatito que alguien dejó encerrado allí por equivocación. Los besos que una noche de ganas por exceso contenidas son derramados por incontinencia. Los gritos de una pelea que resbalan como gotas entre los adoquines. El restaurante que más de una vez te dio de comer y al que rara vez, salvo si es por error, recuerdas cómo llegar. Las confidencias a media voz y las carcajadas a volúmen máximo. Esa persona a la que hacía tanto tiempo que no veías, o esa otra que intentas ignorar haber visto. Un abrazo de dos cuerpos que se rozan, que se juntan por aquello de la inercia del movimiento de doblarla. La mirada de un desconocido que a partir de ese momento no lo será más. Un nazareno que, llorando al cielo con lágrimas escurriéndose por los agujeros de su capirote, vuelve a casa por el camino más corto. El recuerdo que te asalta de pronto, trayéndote al presente inmediato aquella película de Jarmusch en la que al girar, si todo fuera ahora como en aquella, Tom Waits estaría tirado en medio de la acera. Curioso -y parafraseo a Cortázar- que a pesar de todo ello la gente crea que torcer una esquina es lo mismo que torcer una esquina, cuando siempre son todas ellas, y cada una en particular, algo excepcional.

jueves, marzo 13, 2008

mrs. Tambourine

Si un día despiertas y el sol dibuja pequeños puntos suspensivos sobre la pared de enfrente, y las zapatillas de debajo de tu cama te invitan a desayunar té calentito con pan tostado y aceite, y el ordenador te cuenta que Savater sigue vivo y diciendo sandeces por el mundo, y también te descubre que lo que soñaste anoche un sueño era y que todo sigue más o menos donde lo dejaste hace unas horas, y la ventana te silva frescura para empezar con sonrisa estirada el día, y Proust desde la mochila te avanza todo lo muchísimo que queda por delante, y Colin te cuenta que los nenúfares por fin se marchitaron del todo, y Godard desde la estantería asiente con aire melancólico en su seguridad, y Bob Dylan, siempre joven, te canta como un completo desconocido poesías que te resultan familiares, bienvenido, bienvenida, un nuevo día, jueves esta vez, bajo el sol. Y será genial.

miércoles, marzo 12, 2008

lo que está por venir

Llega la primavera. La alergia. Los estornudos. Los parques repletos. La semana santa. Las vacaciones para no hacer nada de todo eso que hay que hacer. El sol que pica al mediodía. Los pies metidos en las fuentes. Las tardes de batido de helado y libro sobre la mesa. Y abril.
Y con abril llegan las buenas películas, las promesas de un cine mejor cada vez, que se supera a sí mismo o que al menos, como mínimo, nutre de esperanza y espectativa al pobre amante del séptimo arte que aguarda con tibia ilusión de grandes sorpresas. Y llegan, seguro que llegan. Sólo hay que tener los ojos -y el corazón- medianamente abiertos. Sólo unos ejemplos:

LE VOYAGE DU BALLON ROUGE

Hou Hsiao-hsien, el director taiwanes que ya ha sorprendido y estremecido a medio mundo, y cuyo paso por festivales y demás congregaciones de cinéfilos ha cautivado las atenciones de quien pasaba casualmente cerca, llega a las pantallas españolas en este mes (cruzando los dedos mientras tanto para que no se retrase por 'causas imprevistas') con la nueva película coproducida por la industria francesa, con la gran Juliette Binoche de protagonista y un bonito globo rojo surcando el cielo de Paris. No se puede perder nadie esta joya, pinta para el recuerdo.

ELEGÍA · 18 abril

Con fecha ya en el calendario y la promesa de recuperar alientos malgastados y pretensiones recortadas, Isabel Coixet alza el telón de nuevo. Esta vez nos encontramos a una Penélope Cruz más poppie que nunca pero tan bella como siempre en una historia de la que prefiero no saber nada y de la que cuanto menos oiga, mejor. Grandes bocanadas de esperanza tengo puestas en este film, que quien lo ha viso, asegura que podrá con todas ellas y las superará agusto. Sólo queda un mes, y veremos lo que es bueno...

I'M NOT THERE

Y ya por fin llegamos al plato fuerte. Afirmo con conocimiento de causa y bajo la premisa de que ya he visto esta película y quedan mis afirmaciones por tanto de sobra respaldadas por mi convicción, de que estamos ante la película del año. O al menos una de ellas, de las que más alta quedarán en mis rankings imaginarios -y nunca realizados de hecho- de diciembre. Es Bob Dylan visto por Todd Haynes. Sus múltiples vidas. Diferentes enfoques. Se entremezclan en él mismo rasgos e influencias a iguales porciones: habla Rimbaud, lucha Billy en Niño. Son trozos a modo de collage de lo que visto tres pasos más atrás, supone el retrato perfecto. No perderse el papelón de Cate Blanchett (siempre perfecta), Christian Bale, o el genial -dep- Heath Ledger. Imprescindible, y no diré más.

LO MEJOR DE MI

Está ya en cartel y no creo que vaya a durar mucho.
Roser Aguilar sale de la ESCAC por la puerta grande. Esta película, con pequeños-diminutos aires de grandeza, se cuenta por sí sola. No necesita narración, porque una mirada, la de la brillante e inigualable Marian Alvárez (que por cierto, se ha tenido que hacer con una vitrina para colocar los premios que ya ha empezado a recolectar), habla a gritos. Son sus ojos, entre lágrimas o sonriendo, los que bailan entre sentimientos y razón y lo dicen todo de una vez. Le bastan 90 minutos para que al de la butaca le quede todo claro. No hay más. Sólo ella, lo mejor de ella. Una joya con la que arremeter a los que hablan de 'crisis del cine español'.

MY BLUEBERRY NIGHTS

Un sueño. La última película de Wong Kar Wai, después de 2046 (o del collage de Eros, para ser más estrictos), ya sentíamos que nos tenía abandonados. Era sólo una ilusión que viene a compensar con colores vivos y ardientes con esta nueva dosis de wongkarwismo puro y duro. Se ha venido a occidente y ha rodado en inglés, para que le sintamos más cerca, si es que eso fuera posible, y se ha hecho acompañar de grandes nombres, empiezo; Natalie Portman, Rachel Weisz (mis dos debilidades), Jude Law, Norah Jones... Le han nacido ya miles de críticas, insustanciales de momento por venir de quienes aún ni siquiera han olido la bobina, a las que esperamos rebatir con grandes argumentos en cuanto aparezcan los créditos finales sobre la pantalla. Muchas ganas, muchas.

miércoles, marzo 05, 2008

para llegar

No, creo que defintivamente nunca me he preguntado por lo que pretendo cuando escribo. Por cuál es mi motivo, si lo tuviera, para exhibir mis pensamientos, reflexiones, intimidades expuestas, realidades ficcionadas y mentiras subrayadas en este espacio inconexo y flotante de puntos azules y letras en blanco. Cuál es la razón, si existiera, por la que me empeño en contar cada vez un poco más de lo que debería, o un poco menos de lo que los dedos me piden. Esa causa, que existe pero intento ignorar cada día un poco más, de por qué me dejo vencer, como la ingente mayoría, por la pringosa mano de la autocensura, que nos señala, nos intimida, nos arrincona, para finalmente robarnos palabras, y frases, y dichos, y sentencias y así reirse un poco de todo el sentido del mundo de los blogs. Y mientras me pregunto por primera vez aquí y ahora, veinte centímetros por encima de estas líneas, por ese motivo que no encuentro, esa razón que desconozco y esa causa que ignoro, concluyo y resuelvo el misterio por la vía más sencilla. No escribo para nada, pues nada pretendo con ello, ni doble intención hay en mis palabras. Escribo para vosotros; para el toldo que me tapa el sol cuando éste me deslumbra con mucho más que un trozo de tela; para mi papi catalán que tan bien me educa sentimentalmente; para mi ángel de las bobinas a la que tanto echo de menos -y que además ha estado siempre a mi lado, aquí, con nosotros, desde aquel agosto de 2004-, para mi hadita grisácea a la que debo varios pares de abrazos; para mi cartulina azulada, que va y viene, aunque hace tiempo que se quedó; para mi 'friki' favorita, la de Perdidos cada viernes, la de los cafés alargados, la de la mirada que adivina y se descubre al mismo tiempo; para mi sevillano querido, el que escribe entre cactus pedacitos de personalidad; para el factor vasco, que sé que me lee entre silencios respetados; para mi catalana, a la que le siguen quedando lágrimas; o para la otra catalana, que desapareció dentro de un faro de hormigón; o la otra que en silence, que me ayuda a practicar mi català con lágrimas en los ojos; o la otra que me lee pensamientos que nunca tendría; para la que entre madrid y valencia, siendo y estando, balancea su existencia, intentando aclararse bajo el influjo lunar; y para tí, que entras sin saber, por error, por cruce, por equivocación, por recomendación o por engaño. Pero entras, y me lees, quedándote entre nosotros un ratito que nadie cuenta. Pues para cada uno en particular, y para todos en general. Escribo para los ojos, consciente de que no son ni mi motivo, ni mi razón, ni mucho menos mi causa. Pero son en esos ojos en quien piensa mi subconsciencia cuando por inercia a veces, por dolor otras, o por el auténtico placer del tecleo la mayor parte de las veces, deja caer las letritas (des)ordenadas en vuestras pantallas. En los ojos. En los que me quieran leer, pero sobre todo, en los que me logren entender. Nada más. Y nada menos.