busca entre mis delirios

domingo, agosto 24, 2008

jodida pero contenta

· I ·
No tan deprisa. Aguanten las primeras conclusiones a la espera de una mejor explicación a este título tan sobradamente específico y directo: es el título de una canción que me llegó esta tarde a mi correo por cuenta de alguien que seguramente me entienda y me conozca mejor de lo que ella misma cree. Pero, sí, claro, es también una etiqueta, para qué voy a negarlo, que me pego con descuido en mi espalda, no para que me defina, sino para que me defienda de las interrogaciones y los cuestionarios de los que se acercan para ver qué tal. Tres palabras bastan. Y si las apuras, hasta sobran.

· II ·
Se va el verano deprisa, sin siquiera molestarse en pasar por lo burocrático y necesario del aviso de petición previo a todo proceso de desahucio. Que no se enteran que los inquilinos tenemos que recoger los muebles, terminar de regar las plantas, guardar los tirantes y piratas a buen recaudo y cambiarlos presto por las mangas largas y chaquetas de entretiempo. Eso, y empezar a asumir que de nuevo una se tiene que adaptar. Constantemente adaptándonos al cambio. Como si no fuera más fácil olvidarnos de que existe algo tal como la "etapa" y asumir directamente que hemos de cambiar cada día, cada hora, cada minuto. Por ejemplo, ahora mismo.

· III ·
¡Qué paradójico es el tiempo! Es curioso que me haya dado cuenta tan tarde de cuánto lo he estado perdiendo. El verano que quizá más horas libres he tenido -por causa ajena a mi voluntad, conste en acta- es el que menos me ha servido para sacarles el jugo que tenían dentro. Proust me murmulla no sé qué desde la estantería en que, apretado y congosto, permanece intocable. Su tiempo perdido y el mío tienen en común mucho más de lo que él se piensa y al mismo tiempo, mucho más de lo que yo he logrado adivinar leyéndolo. La serenidad que me produce la quietud e inmortalidad de los libros es lo que me condena precisamente a no leerlos de inmediato. 

· IV ·

Ahora me acuerdo de Sevilla. Un parpadeo rescatado de un caluroso y sudoroso mediodía de
principios de julio me hace acordarme de mi lobo estepario particular. Ese que leí con aquella timidez que te produce desnudar a alguien por primera vez, que te tiemblan las manos y no acabas de atreverte del todo. Pienso en qué habrá sido de él más allá de la última hoja del libro. Si Mozart realmente le estaría esperando, si juega al ajedrez con sus miles de almas y si él sonríe tanto a la vida como ella a él. Si al menos tuviera su email le diría que le estoy esperando donde sea, cuando sea y para lo que sea. Que ser predador en una ciudad así no debe ser asunto sencillo y siempre puede venirle bien una garra amiga. 

lunes, agosto 11, 2008

el verano apesta

copio, traduciendo, con permiso auto-otorgado y no pedido, el título de este post de otro de una amiga mía que parece que siente lo mismo. quizá se huele tambien desde allí. será la empatía... el hedor de esta época concreta llega a todas partes. se cuela por las rendijas que dejan las ventanas en su intención de oxigenar los interiores colapsados de aburrimiento. también por debajo de las puertas, aquellas que se cierran en torno a sí mismas con la esperanza de guardar dentro todo el sopor que una estancia vacía produce. llega a los bares, donde aletargados y taciturnos, todos beben en silencio o jolgorio. es igual, el olor a rancio caliente y más-de-lo-mismo alcanza a todos los sitios donde el ser humano pueda llegar. allá donde le lleven sus pies quemados y cansados, aburridos y heridos. allá donde se le ocurra entretener sus horas con la esperanza, pobre de él, de ver satisfechas unas cuantas horas.
he aquí la gran noticia: da igual lo que hagas, el verano seguirá apestando. huele a sal cristalizada, a cerveza recalentada, a antisépticos y jeringuillas, a cloro enlatado, a bañador mojado dentro de una bolsa de plástico, a libro antiguo con polilla dentro, a pescado fuera de la nevera por demasiado tiempo, a huevo cocido, gazpacho y filete, a camiseta de hace cuatro días.
huele a cambio, a evolución, a la vida que sigue su paso sin mirar hacia los lados. huele a decisiones que otros han de tomar en pos de seguir viviendo. huele a las mías propias, que tomo sin miedo ni dudas, firme y constante; segura. huele tambien a pasos hacia delante. o hacia atrás. huele a rupturas. a casi-rupturas. a trabajos mal pagados. a prostitución becada. a bajas que se alargan y estiran. huele a viajes que unos hacen. a viajes que otros postponen. huele a viajeros poscritos. a amigos nunca olvidados. a promesas postergadas. a libros recién acabados. a conversaciones en la punta de la lengua. huele tambien a abrazos a punto de dar, a besos casi recibidos, a la esperanza que, florecida en primavera, echa ahora sus últimos capullos de flor. huele a planes que se tienen en la cabeza, huele a su sonorización en forma verbal, huele después a rechazo, a desilusión o simplemente, a la página que pasa sin más. 
huele a lo que sigue después de mayo y a lo que toca a la espera de septiembre. ésto que resulta tan grimoso como aquel cuadro de Arcimboldo.

jueves, agosto 07, 2008

perdonen las ausencias

Y las faltas y los silencios. Todos ellos han sido, son y serán por naturaleza inintencionados. Alguien está jugando a hacerme el lío con los hilos de mi destino, a ver si me pone con ellos una doble trampa mortal y me tropiezo sin remedio regalando al gracioso o graciosa juguetón, un piñazo espectacular. Pero de un modo u otro, me mantengo aún en pie. Los hospitales han vuelto a ser mi escenario de los últimos días, ahora desde más dentro, agonizando tras la puerta de quirófano a la espera de noticias de alguien que estaba dentro. Las noticias que iban y venían. Las distorsiones, los nerviosismos. La crisis. He cogido un poco de manía a esto de comunicar. Quiero permanecer en silencio unos días, sólo un par de ellos más. No quiero tener que repetir la historia, no quiero tener que recordarlo. Ahora voy a cerrar los ojos y voy a olvidar las idas y venidas en los 10 taxis que cogí en menos de una semana, las llegadas y salidas de Puerta de Atocha, las bolsas de plástico esterilizadas con ropa que no era mía dentro, los desayunos en aquella lúgubre cafetería, el olor a limpio clínico de los pasillos azulados, el sonido de mi móvil o su vibración desde lo más profundo de mi bolsillo. El verano es para descansar y eso voy a hacer con él, aunque mi estío dure sólo tres días.