busca entre mis delirios

domingo, agosto 30, 2009

un día de estos...

Dicen que cuando disfrutas, pasa el tiempo muy deprisa.
Dicen que cuando lo pasas mal, parece que no avanza en absoluto.
Pero ¿qué significa cuando miras sólo un poco para atrás y ves tanto y tanto que rellena sin miedo mañanas, tardes, noches, semanas hasta que logra convencerte de que el tiempo es un engaño y no es posible que aquello fuera hace sólo una página de calendario?

Hay una incomprensión generalizada para aquellos que están más allá de la primera persona. Mis padres, los dueños de la tercera del plural, murmuran quejidos sobre la incontinencia de mis pasos. Se alegran de mi sonrisa bronceada y de mis aires de libertad. Se burlan, sólo un poco, de los paseos a los que he sometido a mi maleta. Y se frustran, pero también mínimamente, si salgo de mi cuarto con lágrimas en los ojos.
"¡Que son dulces!", les digo.
"Entonces, ¡empáchate sin miedo!"

Ellos al menos fingen que lo entienden. Pero hay que lidiar con la incomprensión. La de aquellos que creen que un día dura 24 horas. Y que una semana son 7 días. Y que en un mes caben sólo 31 días. O la de quienes no entienden lo que abarca un abrazo. La de quienes piensan que el verano acaba en agosto. La de quienes no entienden la vida que puede adjuntar un mensaje al móvil. O la de quienes creen que la distancia es cosa de una sola persona. La de quienes no saben traducir convenientemente un "te echo de menos". La de quien piensa que una canción es sólo música y letra.

Yo hago superlativos de toda tú. Te quedaste con "lo más" hace tiempo sólo para tí, y ya sólo lo puedes superar tú misma. Y lo haces, sin dificultad, ante la mirada sorprendida de estos ojos que no dan abasto contigo. A cada paso, cada gesto, cada guiño, cada gracia, cada risa, cada mirada, cada nuevo descubrimiento, cada sorpresa, cada plan, cada foto, cada texto, cada despedida, cada hola, cada encuentro, cada desencuentro, cada secreto, cada revelación, cada palabra que callas, cada pensamiento que escucho, cada puerta que no quiero cerrar, cada persiana que tengo que bajar, cada sartén que friego, cada película que no vemos, cada abrazo que se cuela más dentro, cada pez fuera del agua, cada cigarro que se consume en el cenicero...

Hacer cosquillas al límite de la perfección no es algo común, ni siquiera usual. Un día de estos te explicaré todo. Pero sólo a tí, que sé que me entiendes. Si eres capaz de leer en la peca de mi ojo, ella te dirá, desde su transparente sinceridad, todo lo que aún no eres capaz de creer de mi boca. Y pondré las palabras en mayúsculas. Y subrayaré y marcaré en negrita lo más fundamental, sólo para arrancarte de cuajo y de raíz todos los miedos. Que no hay lobo feroz, ni bruja disfrazada en este cuento. Lo que hay, es lo que ves... y un poco más. No sufrirás por la noche en una pesadilla que te ataque por la espalda. Ni tendrás que volver a hacerte dueña del paquete de klinex. Ni regresarán las inseguridades. Ni te sentirás sola más de media hora seguida.

Un día de estos, sonreirás fuerte, tus ojos gritarán por dentro y tu cara mostrará un pensamiento nuevo, renovado, feliz. Ese día habrás entendido todo. Y yo habré sido capaz de explicarme. Ese día sentirás por tí misma lo que es ser ELLA para mí. Recordarás, sin haberla vivido, la noche en que salvaste mi vida y viviremos, desde entonces, cada luna de papel que se pegue en el cielo. Pero sonriendo. Que sólo así se ilumina la eternidad.

viernes, agosto 21, 2009

Irene (II)

A Irene no le gustan los filetes de hígado. Las prisas y la gente con ellas a cuestas. El aburrimiento compartido. El sabor de la pera. El egoísmo. La gente cobarde. El silencio contenido en un orgasmo. Los libros de Bucay. El acento alemán. Las películas de terror. Los cereales cuando se reblandecen en tu taza de colacao. La falsead, la mentira, la opacidad. La impuntualidad. Los que hablan sin conocer. Los chicles de fresa. Las bajadas de tensión. La oscuridad excesiva. Que no le acepten un regalo. El daño gratuito. Los días cortos. El calor húmedo que se te pega al cuerpo. Dormir sola. El tequila. Madrugar. La ropa interior de color carne. La languidez y la gente sin carácter. Darle más de dos vueltas a una misma cosa. La novela rosa. Ismael Serrano. El conformismo y el conservadurismo. Ver la tele. Estancarse, no crecer. Los que no saben pedir perdón. El cotilleo. El helado de ron con pasas. La deslealtad. La Fanta de naranja. Los que no van de frente. La risa forzada. Las bodas. Las ceremonias religiosas en general. Los delirios de grandeza. Los perros chiquititos. Los rizos. El primer día de regla. Las modas. El cine de Bergman. Los gritos. Las manipulaciones. Los que no quieren escuchar y no saben hablar. Limpiar los baños. Los sustos. Los fuegos artificiales. La velocidad excesiva. Joyce. Los que no debaten, convencen. La comida que se queda fría en la mesa. El orgullo. Olvidarse de lo que iba a decir en este momento...

martes, agosto 18, 2009

la suerte de tenerte

Ni Irene, ni la Jenny, ni siquiera delirante tienen nada que decir aquí y ahora. Hoy, por primera vez, en un arrebato de originalidad irrepetible, habla Laura, ese ser extraño que pocos llegan a conocer y del que sólo se oyen rumores lejanos. Tú en cambio la conoces a la perfección. Te sabes sus delitos y sus faltas, sus miedos, sus neuras, sus debilidades, sus imperfecciones, la bondad de su personalidad, sus ventajas y sus aciertos. Sabes que la miras y lo tienes todo delante. No ha sido fácil aprenderse el modo de atravesarme, pero lo has conseguido de sobra.

Una Laura que renació al tiempo que te conocía, o que te conoció en el justo momento de ver la luz del segundo principio. Tú, ser especial, mi mejor compañero de vida, mi gran hermano hermanado a mi ser, el diapasón que marcó el ritmo de mi sístole y diástole cuando se declararon en huelga de bombeo, el viajero errante que se sentó a mi lado en tantos trenes, aviones, autobuses y barcas, el que puso tierra al desarraigo de mis pasos, el que alargó el brazo y un par de klinex cuando ya no me quedaban lágrimas, el que me salvó la vida sin darte cuenta, el que no faltó nunca de mi lado, el que no dejó de contestar nunca una llamada, el que llenó mi sofá cuando más sola me sentía, el que me hizo reir, estremecerme, emocionarme, aprender a mejorar, a hacerme mejor persona, a crecer, a ser lo que soy. Él. El único. El que no faltará nunca, porque cuando falte, faltaré yo también. Mi constante. Mi punto de fuga. Mi eje de simetría. Mi gran amigo. Mi reflejo en el espejo de la vida. Mi punto de anclaje. Mi acorde sostenido. Mi mano derecha en el mando del DVD. Mi ayer, mi hoy y mi mañana. Mi ventrílocuo de peluches. Mi sorpresa asegurada.

Hoy Laura escribe para él. Porque no lo hace a menudo creyendo que no es necesario. Pero fuera de la necesidad, nace el deseo, y hoy quiero que estas palabras rellenen lo que mis consonante y vocales no saben pronunciar. Hoy resbalan lágrimas feroces de felicidad. Chorrean por mis mejillas al compás de una sonrisa que no suena pero amansa el alma. Gracias. Si sólo pudiera decir una palabra, sería esa. Gracias. Gracias por aparecer, por quedarte, por estar y por seguir. Por ser. Por hacerme. Por todo.

lunes, agosto 17, 2009

la pregnancia en el presente



Hoy escribe la Jenny, invitada especial en este blog que anuncia un cambio de look por el desgaste del actual. Y lo hace sacudiéndose con disimulo el penúltimo grano de arena que encuentra tras su oreja, o en los pliegues de las braguitas, o en el monedero del bolso justo antes de ponerse a teclear. Estaba pensando en escribir el post más bonito de todos los posibles, pero sabe que eso será imposible. Demasiadas barreras, demasiados peros, demasiadas contenciones; demasiado, en genérico.

No hay dos sin tres en sus días de las últimas semanas. Y así, de tres en tres y llevándose una, la Jenny mojó sus rizos en agua salada al son de la marea, se despertó cada mediodía con un granito de azúcar en los labios, sacó a pasear sus vestidos de rayas, cantó a los coros todas las canciones que se le pusieron por delante, se desató la vergüenza, volvió a sus dieciséis por una noche y consiguió demostrar que es de aprendizaje fácil.

La Jenny regresa a Madrid con tres kilos más y un moreno espectacular. Se quemó la espalda, las ingles y parte de su pezón derecho entre las playas del Puerto de Santa María y Los Caños. Ha comido sardinitas a pie de chiringuito. Ha reído hasta perder el sentido. Ha visto la primera estrella fugaz de toda su vida en tono de Re mayor tirada en una playa a las dos de la mañana. Después de aquella, una detrás de otra, hasta llegar a ocho, siguieron cayendo las Perseidas sobre sus ojos, atravesando su sonrisa. No ambiciona grandes cosas, así que la formulación de los deseos fue algo simple y comedido. Se conforma con poco. Si dormir a ella abrazada le vale 24 horas de felicidad, si una coca-cola de una hora es capaz de atestiguar la cicatriz eminente de una herida más que curada, si sólo una mirada con puntería le consigue llevar al lugar en que no se encontraba, si de nuevo esos acordes punteados le vuelven hacer temblar como nadie ha conseguido nunca, si un roce despiadado y disimulado le estremece la incontinencia. Sí, se conforma.

Termina de descargar los parpadeos de una de las semanas más felices de sus últimos tiempos. El broche a un verano imperfecto. La magia aún sigue pringosa sobre su piel, esa que erizó sin avisar en un local gaditano, bajo el cielo abierto, en el asiento trasero de un coche, boca arriba en una cama de 90, en una cena familiar de cinco sobre la mesa, sumergida en el Atlántico, sobre una toalla mojada en un césped fresquito y un móvil cantándole al oído, en un sofá-cama abierto en canal, bajo una ducha domada en su rebeldía, en una cocina abarrotada. No ha dejado de sentirse en la gloria en 7 días seguidos. Todo un récord. Bien, tranquila, feliz. Y todo gracias a que encontró sin dificultad el mejor remedio compartido para no pensar.

Y mientras se atropellan los días en el regreso a una rutina que sigue de vacaciones puede reconocer que ha empezado a mentirle un poquino. Pero un poquino sólo. Y una mentira confesada es una verdad a gritos. Una declaración de certezas que sólo tiene que saber una persona aunque no sea escuchada de una boca, sino descubierta en el interlineado de una mirada. Y a pesar de que queda mucho por hacer comprender, no hay prisas, porque sabe que las grandes lecciones se aprenden poco a poco, sin acelerar en exceso.
Así que pisando el embrague con suma delicadeza y cambiando a segunda, advierte que nunca se separará de su espalda, aunque dejará que vaya siempre por delante, porque ella la lleva. Que es su risa su verdadera banda sonora. Que ella fue siempre el epicentro. Que le hipnotizan dos ojos capaces de iluminar una noche cerrada.

Y aunque esta mañana su piel ya no sabe salada, sigue impregnada unos centímetros más dentro la humedad de un escalofrío de grandeza.
El Paseo de los Tristes será siempre suyo, aunque sea en otra vida y para entonces, no deje de estar a su ladito toda una eternidad. Y sí, se conforma también con eso, con la inasibilidad de la perpetua infinitud...

domingo, agosto 09, 2009

ahora...



Sabina · Ahora que...

son de noche

Anoche Irene fue confundida con una Amélie trasnochada de rasgos parisinos y, unas horas más tarde, con una criminal que se había escapado de la cárcel sin pagar fianza. Se pregunta esta mañana, con el zumo de naranja colocándolo todo por dentro, a qué clase de trastorno de la personalidad debería adherirse. Que alguien te vea como la niña linda y mona, adorable y encantadora que hace el bien como única meta de vida y que, al mismo tiempo, alguien saque brillo a la otra cara de la moneda, que está bien segura que no le pertenece.

Pero las noches, a veces, son un poco así: Bipolares. Y caleidoscópicas.
Terapia a tres. ¡Qué suerte tiene Irene! En el fondo la vida está muy bien pensada. Qué habría sido de ella, en justo sus circunstancias coyunturales, sin sus dos compañeras de las últimas varias noches. Hundirse es siempre la peor opción. Que quizá ella era la única que por fuera vestía las rayas de presidiaria, pero todas arrastraban su particular lastre en forma de bola metálica. No sabe si ha sido capaz de agradecer. Es una frustración que se queda con ella. Sientan bien las risas cuando salen de dentro y se oyen por fuera. Son perfectos los roces descuidados de camino a tu copa. Despiertan el alma aletargada los abrazos regalados mutuamente.

El blues a pie de calle desde un sofá en la acera movieron sus pies al ritmo del bajo marcando el tempo de las horas. Y aunque aquel saxo le revolvió las ganas, en ellas sólo mandaba una persona, y lo sabía. Las noches musicales a veces terminan así. En la polifonía de esta noche de excesos, se abrazó fuerte, fuerte a su caja torácica sin que nadie se diera cuenta, ni siquiera ella misma. Sigue creyendo que casi todo lo cura un abrazo. Y que no hace falta estar consciente y despierta para que te llegue el cariño de un gesto incondicional que explica más que todas las palabras inservibles que se pudieran pronunciar. Eso quiere creer. Que sin acuse de recibo, llegara el envío en condiciones a su destino.

Aquel barrio ya es suyo. En un par de semanas ha subido y bajado aquella calle de nombre bonito, torciendo a la izquierda en la iglesia, al menos una decena de veces. Casi tantas como ha reculado en amagos de freno injusto. Pero Irene es una tía sencilla. Le hace falta sólo una hora y sus sesenta minutos para entenderlo todo, para comprender que no es momento de pensar unidireccionalmente en parar. Que la maleta lleva hecha un tiempo, y el tren ha empezado a moverse. Que se muere por llegar a la arena y que ésta le queme tímidamente los pies. Que el mar acune sus noches y le cante una nana al son de sus rugidos, mientras se abandona sin miedos.

Hay veces que es todo tan simple que si no lo complicamos, no parece del todo real. Pero es tan auténticamente fácil sentirse bien con lo que tienes, sin más miras que el "esta tarde" o un "mañana" por exceso, que tiembles dentro de un abrazo, que te rías de todo con tres copas encima...
Que sí, que la calma se vende cara, pero hemos pillado la mejor de las pujas en el último momento y ahora es nuestra. Sin gastos de envío.
A vivir fácil y a vivir bien. Filosofía a estrenar, después de la resaca. Irene coge las tijeras y le arranca con sutil elegancia la etiqueta de la espalda, que son de esas cosas mundanas que molestan, y ni eso merece la pena aguantar.

miércoles, agosto 05, 2009

Irene

A Irene le gusta el aire fresco de por las mañanas. Lo incondicional. Mirar sus ojos del color de la coca-cola. Alargar los días. Colarse en las vidas ajenas sin que la miren, sólo por conocer un poco más. El yogur con crispies. Sacar fotos, sin ser vista. La moda de los 60'. El cine de Godard, Truffaut y compañía. Los bares donde ponen la banda sonora de Dirty Dancing. Arriesgarse a vivir sin proyecciones. Las piruletas Fiesta. Reir hasta que le duelan las costillas. Granada. Los cines de verano en compañía inmejorable, cuando empieza a refrescar. Los "te echo de menos" a los que les sigue un escalofrío. Los chicles de menta. Los bolígrafos de colores de tinta gel. Los besos que producen una presión a la altura del pecho. Los vinos en La Latina en buena compañía. Cantar en el metro, sin vergüenza. Escribir cartas y postales desde ciudades lejanas. Los "ai" con i latina. Saludar a los ciclistas por la carretera con las ventanillas bajadas. El café con leche, o con hielo, o cortado, o sólo. Italia, por su arte. El acento catalán. Las playas andaluzas de la costa Atlántica. La montaña. Los fines de semana en una cabaña aislada de todo. Ayudar, sin límites, a quien lo necesita. Ser un poco Amélie, pero con menos cuento. Montar en bicicleta. Los tintos de verano que saben a besos. Perder adrenalina un par de veces en su vida bajando en rafting por las aguas bravas del Noguera Pallaresa. Un bote de helado de chocolate con cuchara sopera para dos desde el sofá de su salón. Los muffins de arándanos. La aspiración de las consonantes en voces ajenas. El té, en cualquiera de sus variantes. Los zumos de cítricos. Ver películas desde la cama. El minimalismo de la ropa en verano. Viajar sola. Viajar en buena compañía. Viajar en general. Las llamadas inesperadas, a primera hora de la mañana o a última de la noche, que le arrancan una sonora sonrisa. Que el cartero le traiga correspondencia que no cabe en el buzón. También la que sí que cabe, en forma de postales o cartas personales. Las del banco no le gustan tanto. Que le regalen libros o música, y que casi siempre acierten. Las conversaciones delirantes con personas curiosas en el tren. Despertarse en un abrazo. Improvisar. Compartir la música con sus vecinos a un volúmen muy alto y las ventanas bien abiertas y que ellos pongan la percusión. Pintarse las uñas. Las cremas para la cara, que le hacen sentirse fresca e hidratada. Proust, porque tantas veces le hizo llorar de emoción. Monica Vitti. Abrazarse a los árboles en una transfusión de energía. Los after-eight. El autoaprendizaje. Todas y cada una de las variantes de incienso. Las letras de Sabina. Tumbarse en la hierba a ver el cielo desde abajo. El 'Common People'. El cine en blanco y negro y en versión original. Fumar en cachimba. Visitar ligera los museos. Pegar en las paredes de su cuarto trozos y personas de su vida, hasta que no quede un sólo espacio vacío. Los gatos. Las flores. La mermelada de cereza. Los niños, que últimamente la sonríen con complicidad. Los regalos de gente que la conoce bien que dan en el centro de la diana. Los cinco principios del Reiki. Pasear por la playa cuando aún hace el frío suficiente como para mantener la ropa puesta. La gente valiente. El sexo en la hora de la siesta o al despertar. Los picnis en un parque. El existencialismo. El café a media tarde en conversación que acaba durando 3 horas. Su colonia, porque es suya, aunque huela a dos. La Concha por ser la playa urbana más bonita de todas las que ha visto. Gritar en los acantilados, como terapia. Natalie Portman. El crecimiento personal. Las paellas en la playa, que saben mejor que en cualquier otro lugar. Los besos en el cuello, o por todos lados. Regalar abrazos. Cocinar, inventando. Pensar en regalos especiales. Los conciertos de Tiza. Los goffres de chocolate. Le gusta el chocolate, eso ya ha quedado claro. La gente que no promete grandes cosas, pero lo da todo y cumple más allá. El azúcar moreno de caña. Barcelona. Las ensaldas que entran por la vista. La transparencia y la buena comunicación. Que le pese el edredón en las frías noches de invierno. Clive Owen. El bronceado ligero de agosto. La comida japonesa y china. Los abrazos por la espalda. Las matemáticas, sólo por aquello de simplificar. Hacer escapadas con la única guía de su dedo en el mapa señalando un lugar aleatorio...

Irene no se llama Irene. Tiene ese nombre porque alguien se lo colocó. Lo tomó prestado de una coyuntura de equívoco casual. Pidió un café en esa cadena plurinacional que ahora todos odian, como manda la marca bohemia y revolucionaria del antisistema, y aunque dijo su verdadero nombre, le atribuyeron éste otro escribiéndolo en el vaso que luego se bebería. Ni siquiera suena parecido, pensó, tratando de pronunciar el suyo de verdad de todas las maneras posibles, pero aquello no encajaba. Quizá sería una señal. Quizá se llamó así en otra vida. Desde entonces, y en adelante, es Irene para la parte del mundo que ella elige. También un poco para sí misma...

lunes, agosto 03, 2009

< i >

Irene se ha pintado los labios del color de sus besos, esos que saben a cereza y a menta, esos que a veces se roban y nada más y otras, se reciben sin pensar. Lleva un marcapáginas de 30 céntimos guardado en su bolso, por si tiene que colocarlo en alguna página que no quiere olvidar. Ha mojado su flequillo en una tormenta de verano que lo puso todo perdido, y su pelo, alborotado, no encontró el modo de quedar en su sitio. Ha pensado durante horas en lentillas, que si quedan desparejadas, pueden resultar lo más triste del mundo. Ha visto amanecer dentro de un abrazo. Se ha reído de unas neuras injustas y de sus problemas de sobrepeso que poco tienen de apropiados. Y ha confirmado que el 23, ese que ve en todas partes últimamente, será siempre su número, que también es primo. Se ha dado cuenta de que tiene que encontrar nuevas ciudades fetiche, porque las antiguas quedaron aplastadas por el pretérito compuesto. Ha trazado coordenadas en sus lunares, para saber donde acudir cuando quiera perderse. Y ha dibujado en una caricia el signo de infinito en su piel, sin que ella se diera cuenta. Ha aprendido que si te juntas mucho, mucho a alguien, se te transfiere y pega todo. Y que cada vez que suena o vibra su móvil, vienen sonrisas detrás. Y que la mejor arma de destrucción de barreras es una mirada que atraviesa y cura por dentro como el mejor antibiótico. Y que estaba tan cerca el modo de flotar sin sentir resacas ni vértigos que hasta que no estuvo en otro país, no supo verlo. Y que hay colonias que huelen a dos.

Irene quiere contarte un cuento lleno de ventajas. La primera ventaja es que cuando llega el final del cuento, no se acaba, sino que cae por un agujero... y el cuento reaparece en mitad del cuento. Ésta es la segunda ventaja, y la más grande, que desde aquí se le puede cambiar el rumbo. Si le dejas. Si le das tiempo...