Hoy me he propuesto picar a
Papa Oso. Es más, no sólo quiero picarle, necesito que me de su opinión, porque es la única manera que tengo de que alguien me diga algo
diferente.
Reprimir supone moderar, supone contener, supone templar, supone refrenar. Todos ellos son sinónimos que definen la que para tantos es la opción más responsable ante un impulso. Pero hay quien, ahí fuera, sigue pensando hoy en día, que lejos de ser la opción cuerda, es la más cobarde.
Impulsos, ganas de hacer algo, apetencia, deseos… todos controlamos varios a lo largo del día. Ganas de comer en mitad de una clase, donde no hay nada que llevarte a la boca; ganas de ir al baño, cuando estás atascada en un autobus y éste en una caravana de ocho kilómetros; ganas de mandar a la mierda a tantas personas, que de hacerlo te meterías en problemas que ahora no puedes afrontar; ganas de gritar, de chillar, de bailar en medio de una abarrotada Plaza del Sol, con decenas de policías dispuestos a llamar al Servicio de Urgencia de Salud Mental; ganas de robar esa cámara de fotos, porque no tienes otra manera de conseguirla por medios legales; y ganas de besar, ganas de tocar, ganas de abrazar, ganas de decir, ganas de hablar transparentemente por una vez…
Pero hay un mecanismos dentro de cada uno de nosotros que nos dice ‘NO’. Frena, para, no sigas, olvídate.
Yo, con el tiempo y con mucho trabajo de autocontemplación de situaciones y de mí misma, he logrado que ese mecanismo, aunque no haya llegado a desaperecer, en lugar de negarme a todas horas, simplemente las aplace. Cuando a otros les dice que no, a mi me dice que espere. Que mañana será otro día, que ahora no es el momento, que ya comerás cuando llegues a casa, que ya chillaras y gritarás cuando estés en un tu cuarto con las puertas y ventanas debidamente cerradas, que ya conseguirás el modo de tener esa cámara… pero aún con todo, una no puede evitar no confiar en el mañana futurista. Puedo creer en un mañana inmediato (mañana-la-semana-que-viene) pero no en un mañana abstracto, de esos que se dicen como excusa, que se plantean parejos al “sí, sí, sí… mañana”. Porque todos coincidiremos (¡hasta sunes!) en que aguantarse la orina es algo finito en tu cuerpo. No puedes estar mucho más de 12? horas sin ir al baño. No si encima hasta estado bebiendo y bebiendo. Pues del mismo modo en que das salida a eso que te pide tu cuerpo hasta niveles ya incontenibles y acabas sucumbiendo a mear detrás de cualquier arbusto, ¿por qué no aceptamos que debiéramos dar salida a ese otro tipo de necesidades? ¿Por qué no hacer ese algo que te apetece en un momento determinado con una persona concreta si es lo que has estado deseando desde hace 12 horas, una semana, un mes o un año? ¿Por qué creemos que es más vital y necesario sucumbir a vaciar nuestras vejigas que no hacerlo con nuestras peticiones hormonales? Retener la orina y retener nuestros deseos es igual de malo para nosotros. Igual.
No ir al retrete cuando tu cuerpo te lo pide comienza produciendo un insistente dolor en la zona baja del adbdomen, unos calambres después algo más dentro, sigue con una imposibilidad de moverte, de andar o ponerte en pie. Y si lo dejas y lo dejas, acaba produciendo un problema muy gordo a niveles médicos que te dejarán en urgencias sin lugar a dudas y con un final más o menos infeliz.
No saciar un deseo produce frustración, que lleva al rayamiento, a pensar y pensar, a comerte la cabeza, a soñar despierto qué podía haber sido y como para luego darte cuenta de que nada de eso pasó -¡con lo quien que pintaba en tu mente!-. Lleva a cabrearte contigo misma, de ahí a perder la paciencia, de ahí a no querer ver a esa persona nunca más, porque cada vez que la ves es como un vaso de agua que añades a tu repleta vejiga. Lleva en algunos casos aislados a la obsesión y a que tú misma, según va pasando el tiempo y el globo se hincha, le des más importancia de la que tenía en un principio. Lleva a cambiar tu rutina, a abandonar tus costumbres, y cuanto más lo haces, más te frustras. Llevándolo al extremo, desemboca en problemas con la familia, problemas con tu pareja (en el caso que la tuvieras) porque sufre en sus propias carnes tu frustración casi enfermiza.
Pero nada es tan facil como dar rienda suelta a los deseos. Porque sí que hay algo de responsabilidad. Piensas antes de hacer, porque eres un ser humano. Piensas primero en lo que esa persona quiere, porque de nada sirve que quieras hacértelo con fulanito, si éste no está de acuerdo. Porque una cosa es no frustrarse y otra ir violando al personal. Luego piensas en lo que va a pensar tu pareja, que seguro, y puesto que no es Papa Oso, lo verá todo con malos ojos y dándole seguramente más importancia de la que fijo que tiene para mi. Luego piensas en lo que pensará su pareja (la de él o ella, portador de la llave para tu No-Frustracion). Y lo que pensará tu círculo (amigos, familia, compañeros de facultad)… todos los que después te harán la vida imposible. Y después de todo el balance, piensas en ti. En qué es lo que estás dispuesto a ceder de lo que ya tienes para conseguir ese capricho. Y todo este razonamiento interno sucede en menos de un minuto. Todo bulle en tu cabeza como si de una máquina a mil revoluciones se tratara. Porque en eso consisten los deseos, en que vienen y van. Nada dura para siempre. Hay que decidir si dar
un paso más justo en el momento en que la situación te lo pide. Y cuando tú debieras estar dándolo, tu mente trabaja… Al final, y de momento, el resultado es siempre el mismo. Acabas sacrificando lo que
tú quieres y deseas para tí por lo que quieren y por lo que piensen
los demás.
“Mañana”. Mañana me lo planteo otra vez.