A grandes rasgos, se puede decir, para evitar los largos argumentos, que se trata de una película triangular, esto es, con tres vértices cardinales: Valentine (interpretada por la eterna belleza de Iréne Jacob), el juez jubilado (estupendo papel de Jean-Louis Trintignant) y el recién licenciado juez, vecino a la vez de Valentine.
Los dos vértices más cercanos (si eso fuera posible en un triángulo), son el de Valentine, modelo de profesión, y el juez. Ambas historias son unidas por un elemento externo; un perro.
Él solo es capaz de trazar una línea recta pero tortuosa que acorta las distancias y afianza la confianza entre dos personas tan diferentes.
A bote pronto, Valentine y el juez no parecen congeniar, no son esas personas destinadas a soportarse, siquiera a entenderse, pero según se deja atrás las horas y la confianza descubre misterios ocultos entre ellos, se acaban dando cuenta de la complicidad que ellos mismos han engendrado.
Valentine se asusta, no es posible que haya alguien que me entienda tan bien y que resulte del mismo modo tan transparente.
Diálogos para el recuerdo (con deslumbrante destello de luz incluido).
El otro vértice, el juez novato se entrelaza en primer lugar con el juez retirado. Los paralelismos que hay entre ellos son numerosos, hay algunos que no hace falta ni nombrar como por ejemplo la anécdota del libro abierto por cierta página pero podemos observar también como se le gasta la batería al coche del joven y minutos más tarde, el anciano hace alusión a ello “hay que sacar al Mercedes de paseo si no queremos quedarnos sin batería”, o el ejemplo de la pluma, la pluma que se le gasta al juez y la pluma que le regala la novia al joven.
Y hacia el final de la película nos llega casi de un modo desapercibido el enlace taaaaaaan esperado entre el juez novato y Valentine, que, intuimos, empezarán a vivir una vida común juntos.
Es por cierto otra película detallista. Son tantos las pinceladas magistrales de Kieslowski que llenaría la página de capturas.
Lo que está claro es que, al igual que Azul, está rodada bajo la sombra de los más ardientes rojos, aspecto que le da a la película una apariencia especial. Sencillamente mágica.
Y bueno, ya que hemos llegado al final de la trilogía, hay dos cosas que no se me podían olvidar comentar.
Una de ellas es que en las tres se habla del Amor. Pero amor puro, casto, inocente. No se puede hablar de amor sexual. Hay quien se atreve a decir que es el amor el eje principal de todas ellas. No estoy muy de acuerdo, cada una tiene su significado, y esta el suyo propio: la fraternidad (por el lema de la república francesa). Fraternidad entre Valentine y el viejete, eterna complicidad.
Y en segundo lugar, la viejecita reciclando vidrio.
¿Cómo termina la película, y al mismo tiempo, cómo termina la trilogía?
Con un final muy alentador. El barco en el que tanto Valentine como el joven juez –cada uno por separado pues aún no se conocen-, viajaban, tiene un accidente. Entre los rescatados se encuentran:
Julie (J. Binoche), de Azúl
Su ‘amante’, de Azúl
Karol, de Blanco
Dominque (lo cual nos dice que la pareja se reencontró finalmente al lograr ella la libertad), de Blanco
Y Valentine y el joven, motivo por el que se conocen y excusa que aprovecha Kieslowski para terminar el film con la imagen más bella: ese perfil asustadizo de Jacob sobre un fondo rojo simulando sus fotos de estudio.
2 comentarios:
Interesante son las ciertas similitudes de perspectiva fotográfica.
Foto de tu perfil - foto de "Roujo".
¿Casualidad o intención?
Intención, intención!!
No sólo me encanta la película y su protagonista principal sino que esa secuencia en especial y la foto sobre el fondo rojo me cautivó desde que la vi por primera vez.
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