Cierra los ojos. Dicen que así duele menos. Baja el émbolo.
Chute.
Habla conmigo, soy tú misma, la única que te entiende. Eso te ayudará.
Aprieta los dientes y abre la boca, deja a las palabras salir, por fin, de una vez por todas. Y no sufras, que sabes de qué va esto. Un chute cada nueve días. Una vacuna contra la desesperación, a favor del silencio benevolente, una ayuda a la comprensión y para vencer a los miedos. Dentro de poco estarás curada. Sólo ten fé.
Todo es cuestión de fé.
La quieres, ¿verdad? Sí, no hace falta que lo pienses. De no ser así no te someterías a esto. Cuenta en voz baja a todas las personas que has ido olvidando en tu vida. Piensa en la lista que tienes elaborada en la mente. ¿Por qué ella no figura ahí? Porque la quieres, ¿verdad? Osea que va todo de eso. Por eso te estás cansando de que ese concepto y esas dos palabras reboten en el vacío de su silencio. Por eso te frustra que no parezca entenderlo, que no se lo crea. Por eso te lo pensaste tanto antes de no hacer nada en su momento. Por eso te preocupaba tanto conocerla a fondo. Por eso no abriste el grifo de tu piscina. Por eso tanto hielo, por eso la frialdad. Porque la quieres, ¿verdad?
Chute.
La quieres, ¿verdad? Te importa. Por eso no huiste aquella noche. Por eso buscaste en el espejo de aquel baño una razón para seguir adelante y darla lo que te pedía. Por eso la mentiste y la dijiste que se salía con la suya. Por eso el as en la manga. Por eso bajaste a la farmacia aquel día con lágrimas en el pecho. Por eso esperaste aquellos eternos tres minutos. Por eso las llamadas. Por eso seguir. Porque la quieres, ¿verdad?
Chute.
La quieres, ¿verdad? Te disgusta. Te duele que la puedan hacer daño. Por eso odiaste a V. Por eso te asusta lo que otros puedan hacerla de malo. Por eso piensas tan a menudo en su edad. Por eso te haces daño hasta que logras ver un futuro agradable para ella. Por eso te asquean las orgías. Por eso has cogido manía a internet. Por eso te dan ganas de secuestrarla. Por eso querrías encerrarla en un sitio oscuro y aislado para que piense un rato en sí misma y decida con ella a solas qué quiere seguir haciendo de sí. Por eso te preocupa que un día no se encuentre en el reflejo de un espejo. Por eso confías en que algún día se de cuenta de que –de nuevo- vuelves a tener razón. Por eso te da vértigo su velocidad. Por eso querrías contribuir a aminorar la marcha. Por eso te asustas si piensas en un batacazo. Un accidente. Un estrellamiento. Por eso compruebas sus alas mil y una veces. Por eso vas a aprender a rezar por primera vez en tu vida para que no fallen por nada del mundo. Porque la quieres, ¿verdad?
Chute.
La quieres, ¿verdad? Por eso esperaste en diciembre. Por eso esperaste en marzo. Por eso esperas ahora. Un ratito más. Y en una esquina, para no molestar. Por eso esperas a que el tiempo se ponga de tu lado. Una vez más. Por eso crees aún en la madurez. Por eso quieres que madure mejor. Por eso no te ríes con sus aventurillas –como el resto de
su gente-, ni animas sus gracias –como el resto de
su gente-, ni te divierten sus diversiones –como el resto de
su gente-, ni te agradan sus escapadas –como el resto de
su gente-. Por eso eres diferente al resto de
su gente. Por eso te muerdes la lengua. Por eso te tragas el veneno. Por eso te chutas. Por eso la dejas seguir experimentando con ella misma mientras vas tomando notas en tu cuaderno atendiendo siempre a que no se le vaya mucho de las manos. Por eso le dejas el volante, aunque no tenga licencia, aunque sigas siendo su seguridad. Por eso has vuelto a creer en el verdadero sentido de la amistad. Por eso te das cuenta de que no ser por eso, no serías capaz de bajar el émbolo y meterte la dosis. Porque la quieres, ¿verdad?
Chute.
Sí, la quiero demasiado.