En los últimos meses, quizá porque el buen clima acompaña, quizá porque parece que el tiempo libre ha comenzado a acudir a mí de una vez por todas o simplemente porque ya era hora, estoy leyendo bastante. Es cierto que no leo lo que debería, pues de las casi veinte lecturas que mandaron en la facultad para la asignatura de Movimientos Literarios, no me he leído ni una sola. Miento, “El café”, de Larra, y aunque no es lo mejor que he leído, sí que da motivos suficientes para interesarte ligeramente por la literatura de la época. La razón por la que he decidido pasar de la literatura española del siglo XIX es que mi voz cultural interna me pide otras cosas… tiene las preferencias muy claras y no seré yo quien me oponga a ellas.
He aquí unos escasos y pueriles comentarios de mis últimas lecturas:
· Paris era una fiesta (Ernest Hemingway, 1964).
Ernest Hemingway se instaló en Paris en 1921 y empezó a ejercer allí de corresponsal de prensa. Periodista y artista, dos en uno, vivieron en la Ciudad de la Luz junto a los 35.000 norteamericanos que inmigraron en la década a la capital francesa atraídos por la leyenda bohemia y los aires de libertad. Durante su estancia escribe diversos relatos cortos, con un impecable estilo periodístico, una frescura y un sentido del humor ideal, que aunque de un modo bastante desordenado y confuso se publicaron cuarenta años más tarde, ya muerto el escritor. La descripción de los personajes con los que se codea Ernest en su vida diaria, el modo de pintar paisajes y describir situaciones, la magistral caricatura de frivolidades y absurdos y el reflejo casi real y palpable de rincones, cafés y librerías, hacen de cada fugaz crónica una página más en un estupendo y completo diario de viajes. Suenan nombres como Gertrude Stein, Scott Fitzgerald o Ford Madox Ford que junto al propio Hemingway forman irremediablemente la fauna de esa ‘generación perdida’.
“Nunca escribas sobre un lugar hasta que estés lejos de él porque ese alejamiento te da una mayor perspectiva. Después de ver algo puedes trazar una descripción perfecta pero nunca seráuna escritura creativa”.
El periodista que había en él ganaba al novelista.
· Cuentos Imprescindibles (Antón Chejov, edición de Richard Ford).
Cayó en mis manos, casi por casualidad y sin apenas conocer nada del autor de tan extraño nombre, esta recopilación de los mejores cuentos y relatos cortos del autor ruso. Cosas de las lagunas de mi ignorancia, no he podido acabarle del todo. Aunque a través de un lenguaje sobrio y muy llano, casi posible de leer cuando estás aún aprendiendo, y sin ningún tipo de artificio estético, Chejov se adentra en un mundo complejo y trabado del que, una vez dentro, es difícil salir. Realmente es un escritor para adultos, que diría el erudito. No es sencillo de leer si lo que buscas es complicidad. A través de una lectura vegetativa y altiva, quizá puedas tragarte desde sus microrrelatos hasta las novelas de más larga extensión. Pero siento reconocer que no he sido capaz. Quizá me pilló en una mala época, o simplemente la cuestión está en que no es el libro susceptible de ser leído en el bus. A pesar de todo “El pabellón número 6”, “Vecinos” y “El beso” me resultaron escritos de una indudable calidad artística que merecerían ser leídos y discutidos.
· Muerte en Venecia (Thomas Mann, 1912).
Famoso por su título y conocido mundialmente casi más por la película que en 1971 realizó Luchino Visconti (Morte a Venezia), resulta una amena forma de introducirse en el mundo solitario y errático de un viajante que acude a Venecia en un viaje de descanso y se enfrenta al más agobiante de los infiernos de la cólera, así como a la confrontación interna y moral de lo que supone para él según qué personas. Un viaje hacia el inconsciente de un ser humano, aprendiendo de la psicología de un individuo, todo ello narrado de un modo bastante correcto, pero sin ninguna grandilocuencia. Un relato bastante corto y con no mucho que contar que dio a luz una película que, aunque resulta casi perfectamente adaptada al lenguaje cinematográfico, resulta algo pesada por sus desmesuradas dos horas de metraje.
1 comentario:
Muy interesantes lecturas, desde luego...
Solamente me he leído la de Mann, y confirmo que se trata de una novela corta pero que transmite sentimientos muy intensos, sobre todo en su angustiosa parte final. ¡Que no decaiga la racha!
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