odio que se haga recurrente este post, este día, en el historial de entradas del mes de noviembre de años anteriores y predeciblemente sucesivos. odio reiterar por si alguien entiende que se debe a una obligación implícita. odio producir compasión en el ojo ajeno. por eso hoy escribo para mí. sin que sirva de precedente, por unos minutos, este espacio es mío.
ya van dos años, acumulados como placas de cemento sobre el suelo. y como todos los 25 de noviembre, en Madrid hace un frío lúgubre. no lograba comprender esta mañana cómo de pronto se me congelaba la punta de la nariz y los lóbulos de las orejas y maldecía la feliz idea mía, ésta de cortarme el pelo. pero es que no me había acordado todavía. que todos los 25 de noviembre el gélido aire de Madrid corta el aliento.
ya van dos años y aún no me he acostumbrado. no sé cuánto se tarda convencionalmente en lograr darse cuenta de verdad de que no vas a volver a ver a una persona. y una vez entendido el plazo, que alguien me explique cómo se consigue que no duela cada cierto tiempo, un poquito el alma. sigo sin poder soportar con una sonrisa la cena de nochebuena en tu ausencia, sigo sin ser capaz de pasar por ciertos lugares comunes entre tú y yo de madrid y que no me tirite el corazón un instante. sigo sin dejar de oir de fondo tu risa tronadora en un bar lleno de gente y chorreando unas gotitas de cerveza de la palma de tu mano. y siguen sin serme indiferentes los ojos húmedos de mi abuela, esa mujer herida cuya yaga nadie podrá sanar. siguen las polaroids que nadie reveló, pero que guardo a mi vera, celosa por que nadie ose a arrebatármelas.
ya van dos años y sólo 7 meses, desde aquel 25 de abril, que te hicimos volar desde lo alto de la puerta de la justicia de la Alhambra. he de reconocerte que un poco sí que sonreimos. es agradable la sensación de libertad de cada partícula de tu ser, fundiéndose con los tres elementos y mezclándose con la gente de esa maravillosa ciudad, su arte, su historia. impertérrito, sempiterno, perenne, perpetúo. como la alhambra, ya ves.
y con eso me quedo, con lo infinito de tu recuerdo en el que guardo sólo cosas bonitas que nos hagan sonreir, la eternidad de este lugar común, no sólo en los marcos de este pequeño texto de letras minúsculas, sino en el espacio simbólico inagotable que queda, y siempre existirá, entre tú y yo.