busca entre mis delirios

jueves, mayo 28, 2009

qué noche la de aquel día...



¿Se puede dormir tras noches como esta? Claro que se puede. Pero es que a Irene no le nace. Y no hay que darle más vueltas a cosas tan simples como ésta. Hoy, por hoy, ayer y mañana, piensa hacer lo que le venga en gana. Es una licencia que se permite porque sí. Y esto tampoco hay que pensarlo demasiado... Es el modo que ha encontrado, a expensas de alguno mejor, de sentise satisfecha consigo misma. Y sólo por eso, merece la pena seguirlo...

Aparece ahora por casa, de puntillas, intentando esquivar miradas incómodas de los que viven con ella, pero ya dentro se da cuenta de que ni siquiera es necesario evitar el ruido, porque por suerte, se fueron todos a trabajar.

Es curioso, ahora que se sienta tranquila, se pone a hacer memoria, acto no muy habitual en ella, y se da cuenta de que nunca había vivido una noche tan larga. Tan larga. Cerró tres bares, uno detrás de otro, dejando a su paso apresurado a curiosos seres de la noche madrileña, fauna marina, de esa con tentáculos y ventosas. Nunca se había caído por la calle, y nunca de un modo tan grotescamente divertido. Nunca había dejado pasar las últimas horas de la noche profunda sentada en la Plaza Mayor de un país de otro mundo. Nunca había desayunado en el Brillante de Atocha con el rimmel totalmente corrido. Nunca había gritado tanto dentro de un bar. Nunca había pasado por su casa, la de ella. Nunca había sentido esa enorme alegría al volver a la suya en un tren tan cargado de gente de bien que va a trabajar cuando a Irene le pesa aún el mediodía, la tarde y la noche del día anterior. Y todo esto, queda añadido de un modo casi automático a la lista que inauguró hace unos meses, precisamente junto a ella, de primeras veces realizadas. Suerte que queda el Casino. Y robar un coche e irse muy lejos...

Así que sí, hoy va con desfase horario. Un jetlag bienintencionado y muy feliz, que viste con soltura y elegancia, como si aquí no hubiera pasado nada.

Cuánto cinismo...

Ahora se da cuenta de que las palabras no sirven de nada. De hecho, seguramente se trate de un elemento más de disuasión del gobierno para mantenernos drogados con algo a lo que aferrarnos. A ellas.
Inútiles.
Vacías.
No, no hay nada como una mirada. Es lo bonito de la mirada; que en ella eres tú, la que la recibe, la que inventa y crea el enunciado en ella contenido. Y te puedes equivocar, claro, pero ahí está la gracia. Que cuando te quieres dar cuenta del error en la traducción, ya es demasiado tarde, porque te la has tragado hasta el fondo. Como una niña. Y es que Irene le gusta ser un poco niña a veces. Una niña buena, claro. Y le ha encantado descifrar lo que sus ojos brillantes y luminosos decían bajo las luces fluorescentemente azules de un bar atestado en sustitución de sus palabras. Que el juego de las preguntas no tiene ninguna gracia si se hace con los ojos cerrados. Abiertos, los ojos siempre abiertos, que hay que darles la libertad de expresión que se merecen. Que no vamos a poner trabas a los derechos básicos, no a estas alturas de la película.

Qué ironía, se replica a sí misma al paso de la toallita desmaquillante por sus ojos... Haber esperado hasta el final para empezar a vivir lo mejor. No, esto no puede ser un adios. Ni un nos veremos en otra vida. Esto tiene que continuar, aquí donde lo dejaron, en el portal de un edificio que podría ser cualquiera, pero que ha hecho suyo totalmente. Y no importa cuando eso ocurra. También se lleva el enorme regalo de matar las prisas y la impaciencia para dejarse caminar a pasitos pequeños, que son más lindos, y que hacen que todo se disfrute mucho más.

No se le olvidarán nunca todos los regalos contenidos en una bolsa verde (¿esperanza?), ni los que se guardó dentro de sí misma para que no se mojaran de copas derramadas, ni de Igor ni de su ex que olía igual que ella, ni de todo lo que calló esperando que fuera leído, ni de la magia que estalló para hacer de su ciudad el lugar de sus sueños, ni del paseo noctámbulo por un Madrid aún dormido, ni de la victoria del Barça, ni de la dedicatoria amateur, ni de su balcón vegetal, ni del desayuno justo debajo del Mediodía, ni de esta tremendamente larga despedida, ella que precisamente deseaba hacerla lo más corta posible...

Se prometió no mirar hacia atrás, y como siempre, se traicionó girándose.
Se prometió no decirla que la quería, y como era de esperar, lo hizo.
Se prometió no declarar el voz alta lo mucho que la iba a echar de menos, y ni siquiera está segura de haber llegado a cumplirlo.
Se prometió no llorar, y, por una vez, se sorprendió a sí misma no haciéndolo. No al menos hasta que estuvo lo suficientemente lejos, ya sentada en el Cercanías madrugador, y cuando éste se puso en marcha. Porque la lágrimas hay que soltarlas cuando una se mueve. Sea hacia donde sea, eso es lo de menos. Pero en movimiento. Que eso también lo ha aprendido hoy, por ayer; que hay que moverse, para encontrarse, a sí misma, o a lo que haya por llegar.

2 comentarios:

Griada dijo...

¡Madre mía! Creo que tú y yo tenemos que quedar prontito y hablar de ciertas cosas... :)
Me alegra verte tan contenta.

delirante dijo...

Sí, yo también lo creo... No estaría mal que nos viéramos pronto... Te cuento yo, que Irene le ha cogido un poco de manía a las palabras :)
A Toledo nos íbamos no?

:)

Un besito, hadita...