· I ·
A ver si un día me acuerdo y os cuento mi historia con Barcelona. Cómo me enamoré de ella sin apenas proponérmelo, sin siquiera darme cuenta, por qué nos peleamos en su momento, aquellos ratitos en que nos dejamos de hablar por sólo unas horas, y los momentos que hemos compartido juntas, que valen más que cualquiera de los silencios que nos escupimos. Lo bien que me conoce, lo estupendamente que me escucha, lo genial que me cuida, el cariño que me regala y lo mucho que me divierto con ella. Lo bien que me siento si comparto presente a su lado y la tanta vida que me da respirar del mismo aire que ella.
· II ·
Ahora llega el AVE a Barcelona y no es una gran noticia. Para las relaciones en la distancia nunca hay buenas noticias. Los nuevos Siemens que ha comprado Renfe no acortan la distancia, pero sí la recorre más deprisa. Esos 640 kilómetros siguen siendo exactamente los mismos 640 kilómetros que hace un año, que hace dos o que hace tres, sólo que ahora te lleva sólo tres horas superarlos. Sólo tres horas y ya estás allí, con ella, con ellos, por unos días, en un simulacro de vacaciones, pero allí, con ella y con ellos al fin y al cabo. Y se deja querer Barcelona, no hay duda, porque no hay otra como ella. Especial, diferente, rara y auténtica. Con sus tics más personales, con los gestos que la diferencian, el acento, la gracia, el arte derrochándose por los chaflanes.
· III ·
Dos noches, tres mediodías y dos cenas. Una cama, dos almohadas, una terraza, dos cafés y cuatro galletas. Una ciudad cuando se comparte se convierte en otra diferente. Y es que todos cambiamos cuando tenemos visita.
· IV ·
Volver en AVE no cuesta menos que hacerlo en avión. Esa sensación de encogimiento de entrañas al dejar atrás la ciudad es directamente proporcional a la que sientes cuando el avión toma pista y empieza a coger altura y despegarse del suelo. Empieza de nuevo la cuenta atrás. Días en un calendario indefinido hasta nuestro próximo encuentro -que nadie sabe cuando será-. Mis ángeles, a los que agradezco tanto, y a los que con tanto cariño quiero desde mi mundito madrileño, me cuidan y protegen la distancia. Nos dejo de agradecerlos que sigan ahí y que me dediquen los huecos que no sobran. Que me insuflen tanto de todo en tan poco tiempo. Que consigan que la espera merezca la pena.
· V ·
Despedir a un AVE desde tierra firme y quieta no cuesta menos que despedir a una ciudad desde dentro de uno que se mueve poco a poco. Con el tren que se va mientras tú lo miras impasible, se pone en marcha de nuevo en cuentakilómetros -ahora de 0 a 511- y también el calendario. Se queda dentro de él, en el asiento de ventanilla de un vagón cualquiera, una maleta que no es la tuya, pero que seguramente ayudaste a componer. Una cámara de fotos con imágenes en las que te reconoces. Unas postales dentro de un bolso que ayudaste a elegir. Unas lágrimas que son las que tú tragas y unos besos que acabas de regalar. Se va parte de tí a otra punta del país. Y tú quedas en medio, a medias. En medio de ninguna parte o de todas al mismo tiempo.
· VI ·
Diez minutos hasta Tribunal. Sólo diez minutos de márgen te da la vida para que te recompongas en tu punto de partida. Si cuando llegas fuera y te toca el primer rayo de luz madrileño, ves una cara conocida que te regala un beso, un abrazo y un soplo de aire fresco todo al mismo tiempo, la angustia, la pena y la añoranza se digieren mucho mejor, tú puedes sentirte afortunada, y aunque seguirás en medio de ninguna parte, al menos podrás sentirte íntegra. Y no tendrás excusa para no sonreir. Bienvenida yo a Madrid.