Adentrarse en una casa que no es la tuya establece un diálogo discreto entre tú, el invitado o intruso, y el otro, el dueño, que os pone sin quererlo en común y que prelude en todo caso lo que con tiempo habrás de ir conociendo de su persona. Recuerdo especialmente la primera vez que entré en una casa que después frecuentaría a menudo. Dadas mis ansias de saber y mi espíritu observador no pude sino esforzarme en escanear visual y sutilmente aquel terreno desconocido de momento. Buscaba claves, datos, un detalle del que enamorarme. Me sorprendió en una de las primeras pasadas encontrar en su cuarto un ejemplar a modo de reliquia coleccionable de un ABC antiguo en cuya primera página figuraba la boda de un principito y una principessa hartos conocidos por todo el país al que y que no disfrutaban de ninguna simpatía por mi parte. Se me figuró extraño, quizá incómodo incluso, y sin analizarlo mucho me di cuenta de que no era debido más que a una banal comparación. En un lugar equivalente tenía yo en mi cuarto un montoncito descuidado de Le Monde Diplomatiques y bajo ellos, una serie de recortes del Babelia y el Cultura|s de los últimos meses, o años. Apresuré mi mirada hacia sus estanterías, en busca de algún lugar común al que aferrarme, pero no había apenas literatura sobre aquellas baldas. Asomaban algunos cantos de manuales de esos que algún catedrático le instó a comprar en sus años de universidad con la única y pretendida finalidad de engrosar sus beneficios editoriales. Y según crecía el nerviosismo por algo que aún no localizaba, rastreé en busca de una colección que ella no tenía; esas largas torres que flanquean mi cuarto por todos los frentes, llenitas de DVDs, haciéndolos alcanzar por ahora la doble centena, y cuando, intrigada y desesperanzada por mi búsqueda infructuosa, dejé escapar aquel ingenuo "¿es que no te gusta el cine?" encontré respuesta con aquellos títulos de películas de los que una servidora huía a grandes zancadas. Y con el tiempo no se consigue más que un perpetuo acumulo de diferencias que normalmente te limitas a observar desde la precavida distancia: la revista que elige para entretener las horas de un viaje, la música que sale de su bolsillo, los programas de televisión que ve, el voto que introduce en una urna, los productos que arroja a la cesta de la compra, la ropa que viste, las marcas que paga...
Entonces, un día cualquiera, normalmente demasiado tarde ya, te das cuenta de que por muchas vueltas que hayas dado, a pesar de tanta indagación y registro y después de toda la observación, no has pasado del umbral de la puerta. Cuesta toda una vida no darles el valor que no tienen. O quitarles el que tu despiadado ego les otorga. Porque no lo tienen por mucho que existan esas diferencias o por muy insistentes en hacerse notar que sean. Separan sólo en tu mente y molestan sólo en las conversaciones. Te impresionan, sí, pero no por inusual o extravagante que sean, sino porque tu subconsciente no quiere encontrárselas, porque le gustaría que fuera de otra forma; de la suya, más concretamente. Lo cierto es que aquella primera página del ABC, esos libros solitarios, las carencias y las faltas, las diferencias y oposiciones son meros ornamentos, simples objetos decorativos que se limitan a cumplir diligentemente su función; la de adornar por recargo o sobriedad las cuatro paredes bien dispuestas de una vida cualquiera.
6 comentarios:
Me reconozco en ese afán de buscar.
Y es que no hay peor ciego que el que no quiere ver... y también cuando buscamos algo, sin valorar lo demás.
Perdemos tantos vistazos!!
A mí me gusta llegar a encontrar el encanto de las cosas... diferentes. A veces me cuesta.
Nuestro subconsciente es un dictador de mano transparente que nos tiene cogidos por el cuello...
me encanta como escribes...entiendo lo que dices y me sorprende la naturalidad de tus palabras..nunca sería capaz de explicar algo tan bien..
las comparto.
a mi me asusta que mi ego me separe de algo que pueda ser..toda la vida intentando no prejuzgar y aún así lo sigo haciendo...cuando esa búsqueda de lugares comunes no da ningún resultado, soy poco paciente..
gracias por tu post.
:)
A veces nos fijamos en las cosas más superficiales... No siempre podemos guiarnos por qué tiene en su cuarto o qué mano utiliza para cortar el filete.
Todo es tan relativo algunas veces...
P.d.: Yo no tengo apenas películas en mi cuarto. Están todas pirateadas en un archivador enorme debajo de la cama. Quizá sus bienes más preciados estén también escondidos, esperando a que los encuentres.
Una vida cualquiera, exactamente igual a la tuya.
Sigue sorprendiéndome la tendencia que tenemos los hombres a permanecer separados.
Saludos y gracias por el mono que anda de lado con tanto salero, arsa y toma pastillas de goma.
claradriel_ creo que no hay mejor cosa que pueda hacer el ser humano que no dejar de buscar nunca. y precisamente en esas cosas 'diferentes' pueden residir las grandes sorpresas de la vida, y con ellas las sonrisas. asi que sí, merece la pena. por cierto, ¿para cuando un café, un té o lo que se tercie?
beatrize_ y bien cogidos. y lo mejor de todo es que lo alimentamos, lo mimamos y cuidamos de él. nada de eso! sin piedad a su yugular!
snape_ curioso nick, por poco no te reconozco tras tus letritas...gracias, por aparecer por aquí de sorpresa, y por dejar tus palabras enriqueciendo todo esto. gracias de verdad. al ego hay que tratarlo muy mal, hay mostrarse dominante y dejarle claro que quien mandas eres tú. que no te separe ni te distancie de nada que quieras. ánimo con todo...
hadita_ sí, sé de lo que hablas. también tengo yo un maletín llenito de restos de pirateo vario. las cosas bonitas sorprendentemente se encuentran en los lugares más recónditos, y lo que es mejor, cuando menos las buscas.
argax_ si encuentra usted la razón por la que nos sometemos a las distancias, por favor, comuníquemela. me hago cargo de acabar con ella terminantemente. me siento asesina de gilipolleces ahora mismo.
mil millones de besos, a repartir.
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