busca entre mis delirios
miércoles, noviembre 21, 2007
existencia de desayuno
Esta mañana el cuco de mi móvil piaba más bajo de lo habitual. Creemos que se ha acatarrado, los fríos le afectan todos los inviernos que se adelantan. El sol, además, se había quedado traspuesto y aún andaba la luna de guardia. Y yo, en la cama y casi sudando, no quería dar por inaugurada la mañana. No todavía. Me dejé puestas anoche las cintas adhesivas en los párpados y ya me sabía el dolor del tirón matutino que siempre se hacía llegar. Eres la esencia de tu propia existencia. El edredón me cubría desde los tobillos a la cabeza y la almohada viscolástica había terminado ya de hacer el molde de mi cara. Levanté la vista, con el tirón debido, y le vi sentado en mi silla de estudio. Cegada por la confusión del despertar pensé que se trataba del Doctor, que regresaba de alguno de sus viajes, y por un momento estuve apunto de lanzar la pregunta: ¿abducción o deducción?. Me di cuenta a tiempo. Has perdido peso, Jean Paul! Te confundí con Holmes...qué andas haciendo tan temprano?. Nada, sólo existo, me respondió. Me percaté de que los camiones con la sal no habían pasado todavía, y a consecuencia de ello, el suelo que me lleva de mi cuarto a la cocina estaba totalmente helado. Y para colmo sólo logré encontrar la cadena de mi pie derecho. Me arrastré como pude con Sartre aún calentándome la espalda, murmurando y provocándome al mismo tiempo. Le había dicho hace tiempo que no tenía sentido aquello. Que sólo se puede discrepar cuando dos personas no estaban de acuerdo, pero él persiste siempre, y repetía con pasión palabras que se le caían por el pasillo. Llegados a la despensa con la angustia de la certidumbre: quizá la cafetera también ha trasnochado. Por suerte Camus se había adelantado a todos los demás, y servía con cuidado el espresso en las tacitas. No le dije nada, pero le quedó el carburante más amargo de lo que mi garganta soporta por las mañanas. Al menos ahora Albert y Jean Paul se entretenían juntos como dos niños en el patio de un colegio dispensándose entre sí sus pestes, naúseas y violencias retóricas. Y Marcel no se inmutaba. El pobre llevaba embobado en su magdalena desde hace varios días. Espera algo, pero nadie sabe muy bien qué. Pero yo sé que no le importa perder el tiempo; sólo me vale que disfruta con ello. Menos mal, me digo para mis adentros, que Nietzsche y Vian se fueron anoche al concierto de Ellington. No me imagino si no la fiesta matutina. Desde el baño y observando un poco atónita lo líquida que salía hoy el agua, Freud despierto por accidente, colgó nervioso sus piernas en el hueco de mi techo y me gritó (claramente enfadado por el jaleo que se desprendía de mi cocina) que todo esto es culpa de mi madre. Si al menos ella estuviera aquí, me digo, cerraría confundida y angustiada por no saber entender nada, las tapas duras de mi imaginación y cada mañana sería tan vulgar como la anterior y todas las demás.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
8 comentarios:
¡Guau! Tu delirio se supera a sí mismo. No dejes de leer a autores franceses. Te sienta genial.
Besos catalanes (como la crema, pero más ricos)
Gracias por el postre, cumbierita. Cuando nos veamos si quieres montamos en mi casa una fondue con una botella de absenta... verás que risas!
¡Que chula tu casa! ¿Me invitas a desayunar un dia de estos?
Besos
¡Genial! ¡Ha llegado el momento de volver a comentar en su blog! ¡Equisdé!
vamos que vienes a decir, que te has puesto un nuevo sonido en la alarma del móvil, y es: la puñetera canción de Conchita!
verdad?
si esque te las piyo al vuelo :p
Por un momento me he imaginao a Simone de Beauvoir preparandose una tostá...
besos!
sí... está en un congreso feminista en barcelona.... :P
A mi si me pasas algo de eso que fumas...prometo no intentar invadir tú cocina.
Publicar un comentario