busca entre mis delirios

lunes, agosto 22, 2005

Lui (II)

Sentado en los estrechos y blancos escalones que acercan la acera al edificio, deja caer su cuerpo, casi inerte, sin fuerzas siquiera para amortiguar la caída de sus nalgas. Se encuentra totalmente exhausto. De cara a la galería no es más que los frutos cosechados de una noche muy larga con demasiado alcohol, muchísimo tabaco y muy poco cuidarse. Él quiere creer que la gente no le conoce, que es más complicado de lo que todo el mundo podría comprender porque es esa precisamente su coraza. Se refugia en su fuerza y valentía, la rebeldía de quien va en contra de todo, es más chungo que nadie y sabe beber mejor que el resto. Y mientras consume su cigarrillo, lo piensa. Lo piensa constantemente. Y ella, a través del cristal que les separa, intenta comprender lo que en ese momento, y en tantos otros, estará pasando por su cabeza. No soporta que nadie le diga lo que es bueno o malo para él. No acepta consejos que tengan que ver con su modo de vida. Nada de lo que nadie le diga le hará cambiar de costumbres. Es un rebelde sin causa. ¿O acaso sí que la tiene? ¿Cuál será su motivo? Un trauma. Padres separados. Problemas en casa. Violencia. Parece el típico caso anómico. Un trauma en los preliminares a la adolescencia, viraje pronunciado y de pronto, plaf, fallo en motor, pérdida de combustible, descenso de altitud. Que alguien tome el mando del piloto y ponga en marcha un aterrizaje de emergencia. Y en la situación en que se encuentra sólo una mujer podría ayudarle. Sólo alguien de quien él se enamorase, una buena persona, una buena influencia que le haga comprender que lo más importante en la vida no son sus amigos y su reputación, sino él mismo. Que alguien le hable como la madre que le falta. Y ella se gira, y se ve a sí misma reflejada en el cristal. ¿Podría ayudarle? Quizá. ¿Pero cuántas veces antes habría hecho algo similar con tan pésimos resultados? Y sobre todo ¿a costa de qué? A veces, sólo a veces, es mejor dejar que el gusanillo abra él sólo el capullo, que aprenda a vivir y a sufrir. Y ella, desde fuera le dice en voz muy bajita ‘suerte’. Y él, apurando la última calada de su cigarrillo, receptor de la intercomunicación reflexiva, gira su cuello y le lanza un guiño al aire.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Una persona así es todo un reto. El problema surgirá si él acaba contagiando la causa de su rebeldía a ella. La hará una infeliz... tanto o más que él.
Un beso!