Sin duda ninguna, la más floja de las dos.
Hasta en eso lo hizo bien. Decayó no en la primera, evitando que la gente se desanimara a dar segundas oportunidades, ni en la última, descartando la posibilidad de un amargo sabor de boca. Decidió que la menos impresionante de todas fuera la del medio cuando para entonces ya tenías demasiado en vena la fiebre Kieslowski como para dejar de ver Rojo.
En este caso, el tema fundamental sobre el que gira y gira la trama de la película, es la igualdad en todas sus caras, pero prestando especial atención a la que afecta a Karol Karol, un polaco que se casa con una mujer francesa (Julie Delpy) para obtener el visado y tras el fracaso matrimonio y su consiguiente divorcio, se da cuenta de cuan enamorado está realmente de su esposa de conveniencia.
Ésta en cambio le hace la vida imposible, le destroza moralmente, llevándole a llegar a extremos para lograr captar su reclamada simpatía.
En verdad la película termina haciendo honor a su eje, igualdad a toda costa.
No sólo lo pasa mal el pobre enamorado Karol sino que la igualdad le devuelve la pelota a la resentida Dominique.
Kieslowski prescinde bastante de sus hermosísimos planos antes vistos en Azul para solamente deleitarnos con alguna preciosa secuencia en un paisaje totalmente nevado, con unos blancos brillantes y el sol reflejando en su hielo… un deslumbrante efecto que hace honor a su título.
Es por eso quizá por la que es considerada la obra menor de la trilogía, porque es posible que falte algo más de Kieslowski.
Un detalle muy curioso es como juega el director con el espectador.
Desde el principio de la película según aparecen los créditos se nos muestra un objeto cotidiano y común, una maleta.
Pues bien, esta maleta tendrá vital importancia a lo largo del film y aparecerá y desaparecerá a lo largo del metraje.
Es el modo en que el director se divierte con nosotros; cuando aparezca más tarde en la pantalla cargada de un significado diremos “vaya, esto recuerdo haberlo visto antes”. Efectivamente así fue, sólo que no te diste cuenta.
Como detalle, de nuevo los viejitos, en este caso el hombre (en Azul era una mujer) reciclando el vidrio.
Y para terminar, un final hermoso.
ATENCION a quien no la haya visto. Dejen de leer, por su propia integridad cinéfila.
Dominique, que ha abierto los ojos por fin y que al mismo tiempo está sufriendo en sus propias carnes el lado más vengativo de la igualdad, se comunica con Karol:
Cuando salga de la cárcel...
...nos iremos, o nos quedaremos aquí
...y nos casaremos de verdad.