Kieslowski rompió moldes.
Acabó con esa regla más o menos extendida en el mundo del cine que señala que, cuando un director está a punto de acabar su vida, realiza las peores películas de su carrera.
Kieslowski, muy lejos de empeorar su obra anterior (entre las que se encuentran El Decálogo, Una película de amor, No matarás y La Doble vida de Verónika) puso punto y final con una trilogía que por su calidad artística se puede considerar junto con la de El Padrino, LA trilogía por antonomasia.
Hablamos de Trois couleurs (Tres Colores): Azul (1993), Blanco (1994) y Rojo (1994).
Estos títulos hacen una clara referencia a los colores de la bandera de Francia y a la voz de la patria gala: Libertad (Azul), Igualdad (Blanco) y Fraternidad (Rojo).
Esta trilogía tiene todo lo necesario para poder gustar a todos los paladares, para enganchar al cinéfilo novato, para impresionar al que se creía impermeable.
Aderezado con un reparto femenino de lujo (Juliette Binoche, Julie Delpy y la fantástica Irène Jacob, que repetiría experiencia después de hacer La doble vida de Verónika), una banda sonora de excepción y esos detalles estéticos y puntillistas que sólo se le podrían ocurrir a Kieslowski, resultan tres películas muy fáciles de ver y que difícilmente decepcionarán a quien se acerque a ellas.
Sólo dos años después de terminar su última obra, Rojo, Kieslowski abandonaría la vida mortal por un paro cardiaco causado por su tremenda obsesión y adición por el tabaco.
Nos dejaría en herencia una de las trayectorias fílmicas más interesantes y sobre todo, una puerta abierta para todos aquellos puristas que creen que no existe el buen cine después de la era clásica.
No hay comentarios:
Publicar un comentario