busca entre mis delirios

miércoles, agosto 05, 2009

Irene

A Irene le gusta el aire fresco de por las mañanas. Lo incondicional. Mirar sus ojos del color de la coca-cola. Alargar los días. Colarse en las vidas ajenas sin que la miren, sólo por conocer un poco más. El yogur con crispies. Sacar fotos, sin ser vista. La moda de los 60'. El cine de Godard, Truffaut y compañía. Los bares donde ponen la banda sonora de Dirty Dancing. Arriesgarse a vivir sin proyecciones. Las piruletas Fiesta. Reir hasta que le duelan las costillas. Granada. Los cines de verano en compañía inmejorable, cuando empieza a refrescar. Los "te echo de menos" a los que les sigue un escalofrío. Los chicles de menta. Los bolígrafos de colores de tinta gel. Los besos que producen una presión a la altura del pecho. Los vinos en La Latina en buena compañía. Cantar en el metro, sin vergüenza. Escribir cartas y postales desde ciudades lejanas. Los "ai" con i latina. Saludar a los ciclistas por la carretera con las ventanillas bajadas. El café con leche, o con hielo, o cortado, o sólo. Italia, por su arte. El acento catalán. Las playas andaluzas de la costa Atlántica. La montaña. Los fines de semana en una cabaña aislada de todo. Ayudar, sin límites, a quien lo necesita. Ser un poco Amélie, pero con menos cuento. Montar en bicicleta. Los tintos de verano que saben a besos. Perder adrenalina un par de veces en su vida bajando en rafting por las aguas bravas del Noguera Pallaresa. Un bote de helado de chocolate con cuchara sopera para dos desde el sofá de su salón. Los muffins de arándanos. La aspiración de las consonantes en voces ajenas. El té, en cualquiera de sus variantes. Los zumos de cítricos. Ver películas desde la cama. El minimalismo de la ropa en verano. Viajar sola. Viajar en buena compañía. Viajar en general. Las llamadas inesperadas, a primera hora de la mañana o a última de la noche, que le arrancan una sonora sonrisa. Que el cartero le traiga correspondencia que no cabe en el buzón. También la que sí que cabe, en forma de postales o cartas personales. Las del banco no le gustan tanto. Que le regalen libros o música, y que casi siempre acierten. Las conversaciones delirantes con personas curiosas en el tren. Despertarse en un abrazo. Improvisar. Compartir la música con sus vecinos a un volúmen muy alto y las ventanas bien abiertas y que ellos pongan la percusión. Pintarse las uñas. Las cremas para la cara, que le hacen sentirse fresca e hidratada. Proust, porque tantas veces le hizo llorar de emoción. Monica Vitti. Abrazarse a los árboles en una transfusión de energía. Los after-eight. El autoaprendizaje. Todas y cada una de las variantes de incienso. Las letras de Sabina. Tumbarse en la hierba a ver el cielo desde abajo. El 'Common People'. El cine en blanco y negro y en versión original. Fumar en cachimba. Visitar ligera los museos. Pegar en las paredes de su cuarto trozos y personas de su vida, hasta que no quede un sólo espacio vacío. Los gatos. Las flores. La mermelada de cereza. Los niños, que últimamente la sonríen con complicidad. Los regalos de gente que la conoce bien que dan en el centro de la diana. Los cinco principios del Reiki. Pasear por la playa cuando aún hace el frío suficiente como para mantener la ropa puesta. La gente valiente. El sexo en la hora de la siesta o al despertar. Los picnis en un parque. El existencialismo. El café a media tarde en conversación que acaba durando 3 horas. Su colonia, porque es suya, aunque huela a dos. La Concha por ser la playa urbana más bonita de todas las que ha visto. Gritar en los acantilados, como terapia. Natalie Portman. El crecimiento personal. Las paellas en la playa, que saben mejor que en cualquier otro lugar. Los besos en el cuello, o por todos lados. Regalar abrazos. Cocinar, inventando. Pensar en regalos especiales. Los conciertos de Tiza. Los goffres de chocolate. Le gusta el chocolate, eso ya ha quedado claro. La gente que no promete grandes cosas, pero lo da todo y cumple más allá. El azúcar moreno de caña. Barcelona. Las ensaldas que entran por la vista. La transparencia y la buena comunicación. Que le pese el edredón en las frías noches de invierno. Clive Owen. El bronceado ligero de agosto. La comida japonesa y china. Los abrazos por la espalda. Las matemáticas, sólo por aquello de simplificar. Hacer escapadas con la única guía de su dedo en el mapa señalando un lugar aleatorio...

Irene no se llama Irene. Tiene ese nombre porque alguien se lo colocó. Lo tomó prestado de una coyuntura de equívoco casual. Pidió un café en esa cadena plurinacional que ahora todos odian, como manda la marca bohemia y revolucionaria del antisistema, y aunque dijo su verdadero nombre, le atribuyeron éste otro escribiéndolo en el vaso que luego se bebería. Ni siquiera suena parecido, pensó, tratando de pronunciar el suyo de verdad de todas las maneras posibles, pero aquello no encajaba. Quizá sería una señal. Quizá se llamó así en otra vida. Desde entonces, y en adelante, es Irene para la parte del mundo que ella elige. También un poco para sí misma...

2 comentarios:

Azul_oscuro dijo...

Bien, bien, bien por Irene y por su gusto por tantas y tantas cosas. Bien por Irene y por su gusto por las playas del litoral Atlántico Andaluz :D
Besos para Irene y su referente :)

claradriel dijo...

Espero que a Irene la hagan muy feliz, es lo que mi corazon le desea desde la mas pura verdad.