busca entre mis delirios

jueves, mayo 05, 2011

your four words (VII)

aquel año que viví en Paris fui, como Hemingway, muy pobre y muy feliz. es lo habitual cuando una se establece para vivir una ilusión. la mía era ingenua y ambiciosa casi por partes iguales; abandoné Madrid parar aprender a ser como Proust. creía que sólo ahí, en esa ciudad que tanto ha leído, podría llegar a ser esa alguien que quería ser de mí. recorría la ciudad rastreando las palabras que el gran autor pudiera haber dejado en su camino, bien dispuestas para aquel pie pertinente y afortunado que tuviera el acierto de tropezarse con ellas. con un poco de imaginación, tracé en el mapa mental de la ciudad un triángulo que unía los campos elíseos con trocadero y el parque de monceau. esa sería el área a peinar, el lugar de las múltiples residencias de Marcel, la habitación en la que pasaría su última noche, los cafés en los que escribiría sus siete tomos, las huellas de sus paseos en busca de su tiempo perdido, su primer ataque de asma, el lugar donde conocería a Gilberta, el primer amor de su vida... y no os voy a desilusionar, todo estaba ahí. el pasado no se mueve, queda perenne y eterno en el mismo sitio donde se vivió.
como tantas otras cosas que nadie entiende, disfruté de Père-Lachaise cada tarde que el tiempo acompañaba en París y me regalaba algún nublado no hostil, o quizá, con más benevolencia, un rayo de sol que atravesara con cariño las ramas de los árboles. los cementerios en París son casi más abyectos que en cualquier otro sitio; convertidos en atracción turística, pierden la magia de tantas vidas como hay allí enterradas. sentada yo de cuclillas al borde de aquella lápida negra y bajita, intentaba escuchar el silencio de una muerte dulce, deseada y soñada para él, así como sus últimos pensamientos, o cualquier impulso energético que me inspirara a parecerme a él.

y fue entonces cuando comprendí que me había equivocado queriendo aprender a ser como Proust. que llegué queriendo ser la que yo quería ser y que a esas alturas, París ya me había transformado lo suficiente como parar comprender, como lo hizo Vila-Matas antes que yo, que ya no sería extranjero allí.
Que París no se acaba nunca y que jamás dejó de ser una fiesta.


[palabras · muerte dulce · extranjero · imaginación]

1 comentario:

Laura dijo...

J'adore... CHAPEAU!