busca entre mis delirios
jueves, marzo 25, 2010
así sí
Después de 23 cubiertos, 9 platos, 16 vasos, una cacerola, una sartén, una jarra de agua y una bandeja de horno fregadas, la arena de la gata apestando a restos acumulados encerrada en una bolsa, bocabits aplastados en el suelo barridos con esmero y dos bolsas de basura arrojadas sin piedad en el contenedor de la comunidad, cogió las tijeras y acabó de limpiar lo que era necesario para un nuevo jueves bajo el cielo de Madrid... y todo lo que haya de venir. Mucho mejor.
martes, marzo 16, 2010
laundry time
Como en una película de Isabel Coixet, todo lo bueno se detuvo una tarde en una lavandería. Dos orientales dormitando en horizontal sobre las sillas de plástico al lado de las máquinas a plena revolución, ignorando nuestra presencia. 35 minutos hasta que terminara el primer lavado. Carga completa y tres cuartos de sobrecito de detergente condimentaban el proceso. La secadora nº23 estaba reservada para nosotras. La mirábamos fijamente para que nadie se atreviera a robárnosla, como si nos perteneciera de alguna forma. Encima de nuestras cabezas, una tele con un culebrón al que dábamos la espalda deliberadamente. Toda la mediocridad dando vueltas en los tambores que hacían de percusión a la banda sonora de unas 7 y media cualquiera. Tu boca era el instrumento de viento y sin duda, con tus pestañas, construí la cuerda que nos faltaba para la orquesta.
El olor a limpio al abrir la puerta, la humedad que indica que ya todo está bien chorreando en el cestito calado de color rojo. Y la secadora 23 era finalmente nuestra. Sólo quedaba volcarnos dentro. Y esperar otra media hora más...
El olor a limpio al abrir la puerta, la humedad que indica que ya todo está bien chorreando en el cestito calado de color rojo. Y la secadora 23 era finalmente nuestra. Sólo quedaba volcarnos dentro. Y esperar otra media hora más...
martes, marzo 02, 2010
Best before...
Siempre tuve un problema con las fechas de caducidad.
De pequeña mi madre me trajo un día para rematar la cena un yogur de macedonia. Era costumbre habitual pero desde aquella noche los odio profundamente. El yogur tenía un aspecto poco apetecible, olía raro y rehusé a tomarlo en el acto. Mi madre aseguraba que estaba bien, y me instó a que lo comiera. Lo siguiente que recuerdo fue una cagalera de tres días y media semana sin ir al cole. El yogur estaba cortado. Caducado desde hacía diez días. Y nadie se habia percatado.
No entiendo bien por qué todo el mundo anda loco con las fechas de expiración. Todo son plazos, tiempos, finalizaciones, caducidades, finiquitos... Y todo tiene su periodo de vida. Hasta la burocracia. Especialmente la burocracia...
Precisamente de no entender esto viene la razón por la que el guiso que hice la semana pasada hoy va directo con mucho cuidado a la taza del váter. Y las salchichas que abrimos hace más de un mes, tienen una capa esponjosa de color blanco que indica una mala salud del elemento. Y el queso parmesano, por un misterio poco alucinante de la biología, es azul y ya no volverá a cubrir más los espaguettis.
Y sí, dicen que el amor dura tres años. Que la pasión del sexo sólo se mantiene cuando es esporádico y que, en todo caso, caduca a los pocos meses de empezar. Que el enamoramiento es una reacción química que sólo perdura al principio de una relación y que la felicidad se agota progresivamente como si de un grifo con una fuga se tratara.
Pero yo no sé. Yo sigo sintiendo cosquillas en la boca del estómago cada vez que aparece para buscarme a la salida del trabajo, y sigue emocionándome cada palabra bonita que recibo, la arritmia se me acentúa en según qué situaciones, sigo durmiendo sintiendo que si me faltara ese olor y ese calor, seguramente no sabría seguir viviendo, sigo soñando con momentos futuros que fotografiar en compañía, siguen entusiasmándome las pequeñas cosas de cada día, y cada día más, me invade esa irrefrenable pasión que hace inconcebible que esto se pueda difuminar, atenuar, relajar y mucho menos apagar.
Así que paso de plazos. Cada día es mejor. Cada día es más. Y todo esto parece ir en contra de los que se aferran a expiraciones. Eso sí, por seguir convencionalismos, debería hacer caso al sentido común y mirar la fecha de caducidad de los yogures. Por si acaso...
De pequeña mi madre me trajo un día para rematar la cena un yogur de macedonia. Era costumbre habitual pero desde aquella noche los odio profundamente. El yogur tenía un aspecto poco apetecible, olía raro y rehusé a tomarlo en el acto. Mi madre aseguraba que estaba bien, y me instó a que lo comiera. Lo siguiente que recuerdo fue una cagalera de tres días y media semana sin ir al cole. El yogur estaba cortado. Caducado desde hacía diez días. Y nadie se habia percatado.
No entiendo bien por qué todo el mundo anda loco con las fechas de expiración. Todo son plazos, tiempos, finalizaciones, caducidades, finiquitos... Y todo tiene su periodo de vida. Hasta la burocracia. Especialmente la burocracia...
Precisamente de no entender esto viene la razón por la que el guiso que hice la semana pasada hoy va directo con mucho cuidado a la taza del váter. Y las salchichas que abrimos hace más de un mes, tienen una capa esponjosa de color blanco que indica una mala salud del elemento. Y el queso parmesano, por un misterio poco alucinante de la biología, es azul y ya no volverá a cubrir más los espaguettis.
Y sí, dicen que el amor dura tres años. Que la pasión del sexo sólo se mantiene cuando es esporádico y que, en todo caso, caduca a los pocos meses de empezar. Que el enamoramiento es una reacción química que sólo perdura al principio de una relación y que la felicidad se agota progresivamente como si de un grifo con una fuga se tratara.
Pero yo no sé. Yo sigo sintiendo cosquillas en la boca del estómago cada vez que aparece para buscarme a la salida del trabajo, y sigue emocionándome cada palabra bonita que recibo, la arritmia se me acentúa en según qué situaciones, sigo durmiendo sintiendo que si me faltara ese olor y ese calor, seguramente no sabría seguir viviendo, sigo soñando con momentos futuros que fotografiar en compañía, siguen entusiasmándome las pequeñas cosas de cada día, y cada día más, me invade esa irrefrenable pasión que hace inconcebible que esto se pueda difuminar, atenuar, relajar y mucho menos apagar.
Así que paso de plazos. Cada día es mejor. Cada día es más. Y todo esto parece ir en contra de los que se aferran a expiraciones. Eso sí, por seguir convencionalismos, debería hacer caso al sentido común y mirar la fecha de caducidad de los yogures. Por si acaso...
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