Fito · Las nubes de tu pelo
busca entre mis delirios
martes, septiembre 29, 2009
lunes, septiembre 21, 2009
la niebla de tus ojos
No hay nada más corrosivo que la fuga de tus lágrimas sobre mi hombro en un abrazo sin consuelo que nada lo puede.
No hay nada más absurdo que cinco palabras mal dispuestas que nada tienen que decir.
No hay nada más eterno que diez minutos imprevistos.
No hay nada más doloroso que la impotencia de un silencio que no promete efectividad, ni nada que alivie la pena.
No hay nada más estridente que el ruido de la tristeza resecando tu garganta.
No hay nada más estremecedor que el temblor de tu cuerpo dejándose doler.
No hay nada más amargo que la esperanza de que sea aquel tu último llanto.
No hay nada más hiriente que remover la ropa de invierno y encontrar, como pelos de gato a ella pegada, los recuerdos de la mitad de una vida de dos.
Tan sólo dime si este granito de azúcar que tengo para tí sirve, al menos, para que el hipo desaparezca y caigan a bocajarro en un duelo a traición las sonrisas que levantan al vencido pronunciándolo vencedor...
No hay nada más absurdo que cinco palabras mal dispuestas que nada tienen que decir.
No hay nada más eterno que diez minutos imprevistos.
No hay nada más doloroso que la impotencia de un silencio que no promete efectividad, ni nada que alivie la pena.
No hay nada más estridente que el ruido de la tristeza resecando tu garganta.
No hay nada más estremecedor que el temblor de tu cuerpo dejándose doler.
No hay nada más amargo que la esperanza de que sea aquel tu último llanto.
No hay nada más hiriente que remover la ropa de invierno y encontrar, como pelos de gato a ella pegada, los recuerdos de la mitad de una vida de dos.
Tan sólo dime si este granito de azúcar que tengo para tí sirve, al menos, para que el hipo desaparezca y caigan a bocajarro en un duelo a traición las sonrisas que levantan al vencido pronunciándolo vencedor...
viernes, septiembre 18, 2009
a uno sólo
Voy ganando al Trivial. Quizá se trate de la partida más larga de toda mi historia, aunque todos crean que acabo de acoplarme al tablero y que mi buena racha se debe, en todo caso, a esa extrema inteligencia mía por mover las fichas hacia el lado adecuado y responder a las preguntas, una tras otra, desde el recurso a mi memoria táctica. Pero quien me conoce bien sabe que lo mío nunca fue la estrategia. Mucho menos la memorística. No fui capaz de retener siquiera la progresión cronológica de los presidentes de los Estados Unidos, ni la tabla periódica de los elementos químicos, y si me apuras, puede que falle en la lista de las preposiciones del castellano. Si me mandas a la compra, quizá venga con algo de más, y si me pides que te escriba contándote novedades, sabes que es probable tengas que esperar unos días a que me acuerde. Que tengo agenda para no olvidarme de ningún cumpleaños, y que es ella la salvadora que me saca de los apuros. Es posible que tenga un regalo envuelto en mi casa y lleve meses olvidándome de ir a correos a hacértelo llegar. O que si me preguntas el título de aquella película que tanto me gusta, tarde unas horas en llegar a él. O ese libro de aquel autor que no logro etiquetar, pero que en cambio retengo al dedillo frases enteras de su prosa. Así que no se trata de una estrategia de triunfo, ni siquiera de la plusvalía de mi cultura general.
Voy con cinco quesitos. Sólo me queda uno para entrar en la autopista del éxito más rotundo, subir los escalones del tramo final y sonreir un poco de satisfacción. Sin malos rollos, que juego entre amigos, entre buenos corazones. No hay rivales sobre la mesa ni nadie que no quiera en el fondo, que gane por una vez en mi vida a un juego de mesa. Además, ganando yo, ganamos todo. Que la cena corre por mi cuenta, que esta vez me lo van a permitir sin rechistar. Asi que, cuando gane, guiñaré un ojo a mis contrincantes y les ayudaré a recoger los restos. Metiendo cada pieza en su caja y guardando las preguntas para otra tarde de otoño adelantado, de frío en la calle, de vino y chocolate, de calcetines mojados y de esperar a que pase el diluvio...
Voy con cinco quesitos. Sólo me queda uno para entrar en la autopista del éxito más rotundo, subir los escalones del tramo final y sonreir un poco de satisfacción. Sin malos rollos, que juego entre amigos, entre buenos corazones. No hay rivales sobre la mesa ni nadie que no quiera en el fondo, que gane por una vez en mi vida a un juego de mesa. Además, ganando yo, ganamos todo. Que la cena corre por mi cuenta, que esta vez me lo van a permitir sin rechistar. Asi que, cuando gane, guiñaré un ojo a mis contrincantes y les ayudaré a recoger los restos. Metiendo cada pieza en su caja y guardando las preguntas para otra tarde de otoño adelantado, de frío en la calle, de vino y chocolate, de calcetines mojados y de esperar a que pase el diluvio...
jueves, septiembre 03, 2009
[sin título]
Hoy escribo un post sin título y sin pronombres denominativos, sin adverbios de tiempo o lugar y sin deixis alguna. Vacío la pragmática de cada una de mis palabras en la impotencia de la inutilidad que eso supone. Que la semántica se pronuncie por sí sola, puede con eso, y con mucho más. Ojala hubiera más gente que conociera los recovecos de la semiótica... Que se entendiera a Peirce, más que a Saussure. Que compartiéramos, al fin, el mismo lenguaje. No harían falta traducciones, ni pies de página, ni fe de erratas, ni paréntesis explicativos, ni justificaciones, ni medidas cautelares. Todo sería más fácil. Para mí. Para todos.
Ni el más convencido estructuralista me puede decir a mí ahora qué es lo que sigue.
Iba a decir que me dan pena muchas cosas que no son mías. Y será este el único pronombre posesivo que use hoy, que me sale lo ajeno por el costado en que me roza. Me afligen las largas jornadas de una hija en un hospital, donde al menos tuvieron la delicadeza de no pintar las paredes de blanco, y las noches en la butaca del acompañante de un enfermo al que desearía no conocer. Las madrugadas en las que el cansancio tiene las de ganar, pero aún así, vence el insomnio. Las malas rachas que no acaban nunca y las heridas que no terminan de curarse porque la rehabilitación nunca fuera una buena opción. Me duelen las lágrimas de alguien que espera al compás del segundero digital de la pantalla del ordenador una palabra suya, y que no tuviera el acierto de conectar la webcam para que al menos le llegara adjunta su tristeza. Que el messenger no te avise de que "fulanita está llorándote", o que entre 'disponible' y 'ocupado' hubiera un estado intermedio inequívoco. Que internet sea tan imperfecto como todo esto y que a pesar de ello, haya quien siga confiando en él para las cosas del corazón. Las amistades que lo son cada vez menos cuando a una le dejan sola y sin intención de entendimiento. Cuando faltan los abrazos y sobran los reproches. Que las conversaciones tomen las circunvalaciones, en lugar de atravesar la autovía por dentro de poblado y viajar en línea recta (aunque haya que ir más despacio). Me produce una tristeza sin concretar la gente que no sabe que ha tenido en su mano todo este tiempo la llave de un piso a estrenar y totalmente amueblado, mientras sigue acudiendo día tras día a las manifestaciones por una vivienda digna. O los que esperan la eternidad un saque de banda del equipo contrario, cuando la pelota está aburrida e ignorada en un corner de su campo. Me duele, casi como si me lo hicieran a mí, los dedos en las yagas abiertas, la inmovilidad aparente, el no atreverse a atreverse, las tortillas que acaban desparramadas en el suelo, la injusticia de una excusa de saldo, el dolor gratuito y/o improductivo, las bofetadas que no logran reanimar al inconsciente, la fama malcriada, los gritos que no son escuchados, la empatía que no se ejerce, los ombligos cuando se convierten en protagonistas, los espacios y tiempos no respetados, las heridas a quien se quiere tanto.
Ni el más convencido estructuralista me puede decir a mí ahora qué es lo que sigue.
Iba a decir que me dan pena muchas cosas que no son mías. Y será este el único pronombre posesivo que use hoy, que me sale lo ajeno por el costado en que me roza. Me afligen las largas jornadas de una hija en un hospital, donde al menos tuvieron la delicadeza de no pintar las paredes de blanco, y las noches en la butaca del acompañante de un enfermo al que desearía no conocer. Las madrugadas en las que el cansancio tiene las de ganar, pero aún así, vence el insomnio. Las malas rachas que no acaban nunca y las heridas que no terminan de curarse porque la rehabilitación nunca fuera una buena opción. Me duelen las lágrimas de alguien que espera al compás del segundero digital de la pantalla del ordenador una palabra suya, y que no tuviera el acierto de conectar la webcam para que al menos le llegara adjunta su tristeza. Que el messenger no te avise de que "fulanita está llorándote", o que entre 'disponible' y 'ocupado' hubiera un estado intermedio inequívoco. Que internet sea tan imperfecto como todo esto y que a pesar de ello, haya quien siga confiando en él para las cosas del corazón. Las amistades que lo son cada vez menos cuando a una le dejan sola y sin intención de entendimiento. Cuando faltan los abrazos y sobran los reproches. Que las conversaciones tomen las circunvalaciones, en lugar de atravesar la autovía por dentro de poblado y viajar en línea recta (aunque haya que ir más despacio). Me produce una tristeza sin concretar la gente que no sabe que ha tenido en su mano todo este tiempo la llave de un piso a estrenar y totalmente amueblado, mientras sigue acudiendo día tras día a las manifestaciones por una vivienda digna. O los que esperan la eternidad un saque de banda del equipo contrario, cuando la pelota está aburrida e ignorada en un corner de su campo. Me duele, casi como si me lo hicieran a mí, los dedos en las yagas abiertas, la inmovilidad aparente, el no atreverse a atreverse, las tortillas que acaban desparramadas en el suelo, la injusticia de una excusa de saldo, el dolor gratuito y/o improductivo, las bofetadas que no logran reanimar al inconsciente, la fama malcriada, los gritos que no son escuchados, la empatía que no se ejerce, los ombligos cuando se convierten en protagonistas, los espacios y tiempos no respetados, las heridas a quien se quiere tanto.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)