de una noche de cuscus indigesto, ocho personas en un sillón para tres, chirigotas, bailarines de lo orgánico, la canción de heidi en japonés, palentinas con mucho arte, frikadas en el youtube, conversaciones para salvar el mundo aderezadas con un poco de hachis, juegos de adolescentes en círculo en mitad del salón y de dormir tres horas en un colchón que se desinflaba por segundos, me quedo con esto para empezar la semana.
recordad, no olvidéis vuestra protección solar.
busca entre mis delirios
martes, enero 26, 2010
miércoles, enero 20, 2010
planeta piruleta
anoche me dormí mientras me contaban un cuento en el que yo era una ingénua niña dibujada a grafito que vivía en un mundo creado de golosinas. los edificios eran de ladrillo visto, rojo y cubierto de pica-pica, los semáforos, piruletas de tres colores, los pasos de cebra, chicles trident alineados, los pajaritos eran juanolas voladoras que descansaban a sus polluelos en sus cajitas rojas, la calzada estaba asfaltada de regaliz negro y los árboles eran de palulú, tenía un huerto repleto de melones, fresas, moras (rojas y negras), rajas de sandía, manzanas y muchas cerezas (que para algo son mi fruta favorita). comía pizzas (que para mi gusto estaban un poco revenidas y blandas) y huevos fritos deliciosos. para beber, coca-colas, claro. en el parque había un lago con un montón de delfines y en los bares, en vez de éxtasis, pasaban peta-zetas. el dentista, que era el malo más malo de todos, porque llevaba el antifaz al revés, tapándole la boca en lugar de los ojos como a todos los superhéroes, trabajaba colocando dentaduras masticables y mi mejor amigo era un osito gummie, que paseaba conmigo de la mano por toda la ciudad. la frontera, entre ese mundo imaginario y la cruda realidad la marcaba un regaliz rojo, largo, enorme, interminable.
yo estaba dibujada a lápiz, pero no tenía que preocuparme por borrarme, porque incluso cuando hacía mal tiempo, las nubes (que eran de azúcar, por supuesto) sólo lloraban azúcar glass.
no sé bien por qué, pero esta mañana me he despertado con un granito de azúcar en los labios...
yo estaba dibujada a lápiz, pero no tenía que preocuparme por borrarme, porque incluso cuando hacía mal tiempo, las nubes (que eran de azúcar, por supuesto) sólo lloraban azúcar glass.
no sé bien por qué, pero esta mañana me he despertado con un granito de azúcar en los labios...
martes, enero 12, 2010
felices grados bajo cero
me han regalado en estos días un abrigo con capucha y unas botas con la suela llena de incontables bolitas. y han sido, ambos, y sin duda alguna, los mejores regalos de estas navidades.
he cambiado el paraguas por la agradable sensación de caminar libre por la calle con el cuerpo a la merced de las precipiatciones de la naturaleza, y gracias a ello he descubierto cuánto de muchísimo me gusta mojarme con la lluvia. no molestas a nadie con las varillas, ni tienes que montar numeritos contorsionistas cuando al viento le da por darle la vuelta a todo; simplemente caminas, allá dónde te de la gana ir, sin miedo, sin reparos, mientras ves escurriéndose las gotas una a una o en chorro por encima de tus cejas, echando a perder por completo la sombra de ojos.
y ha sido gracias a mis botas por las que me he librado de una re-caída (je) en mi débil hernia discal, que con aquellos casi 10 centímetros de nieve del domingo pasado, temblaba acojonada sólo de pensar lo que sería de ella esa noche. pero no hubo resbalones, sino una perfecta adherencia, envidia de los demás viandantes.
eso sí, cuando cruzo la puerta de casa lo pongo todo perdido. se forman charcos allá donde planto los pies y el abrigo, desde el gancho que lo sostiene, deja caer gotitas graciosas que la pequeña gata se encarga de beber, a ella que, pobre, por ser demasiado pequeña, aún no le permiten disfrutar de este hóstil invierno.
he cambiado el paraguas por la agradable sensación de caminar libre por la calle con el cuerpo a la merced de las precipiatciones de la naturaleza, y gracias a ello he descubierto cuánto de muchísimo me gusta mojarme con la lluvia. no molestas a nadie con las varillas, ni tienes que montar numeritos contorsionistas cuando al viento le da por darle la vuelta a todo; simplemente caminas, allá dónde te de la gana ir, sin miedo, sin reparos, mientras ves escurriéndose las gotas una a una o en chorro por encima de tus cejas, echando a perder por completo la sombra de ojos.
y ha sido gracias a mis botas por las que me he librado de una re-caída (je) en mi débil hernia discal, que con aquellos casi 10 centímetros de nieve del domingo pasado, temblaba acojonada sólo de pensar lo que sería de ella esa noche. pero no hubo resbalones, sino una perfecta adherencia, envidia de los demás viandantes.
eso sí, cuando cruzo la puerta de casa lo pongo todo perdido. se forman charcos allá donde planto los pies y el abrigo, desde el gancho que lo sostiene, deja caer gotitas graciosas que la pequeña gata se encarga de beber, a ella que, pobre, por ser demasiado pequeña, aún no le permiten disfrutar de este hóstil invierno.
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