Ahora ella sólo habla de amor. Como aquel personaje de libro, que muy lejos de la ficción, le pareció tan real que casi llegó a enamorarse de él.
No siempre ha sido así. Hubo un tiempo en que sólo hablaba de arte, otro en que sólo hablaba de cine, otro de política. No estrictamente en este órden. Pero ahora se da cuenta de que, siempre, siendo arte, cine o política el asunto de sus diálogos, también hablaba de amor. Ahora simplemente no puede encubrirlo tras otros asuntos. Ya sólo habla de amor. De puro amor.
El otro día alguien le dijo: "Tienes que aprender a escribir sobre cosas tristes". A Irene se le antojó extraño aquello. "La gente prefiere leer tus penas, porque quiere sentirse bien y no miserable en comparación. Y si no tienes penas, te las inventas". El melodrama vende. Las madres y abuelas, esos seres de sabiduría extrema, se los tragan a diario después del almuerzo. Algo querrá decir...
No es cruel, le advirtió, es el ser humano, que le ha tocado ser así. Ella rebatió. No todo el mundo, entonces, es humano. Sabe bien que los suyos, los que de verdad la quieren bien, los que están a su lado en una proximidad emocional sienten o deben sentir, que les basta esa mirada para saberla contenta, y ellos no temen a su felicidad porque de algún modo que aún no ha logrado descubrir, ha conseguido que contagie a la suya. Hace no mucho alguien hoy muy especial en su vida, que por aquellos momentos aún no lo era del todo, le dijo que ella había aparecido en su vida para hacerla feliz. Ha creado una epidemia. Los que se acercan a ella acaban enfermos de felicidad. Peligro social absoluto e imparable.
Pero luego está esa otra gente que no acaba de quererla bien. Porque están lejos. Lejos de ella. Porque no la conocen de verdad o porque olvidaron que en su momento lo hicieron. Y a esta gente les puede turbar que sea tan feliz a pesar de todo. Y todo puede ser cualquier cosa.
Irene puede contar que hacía mucho que no dormía acompañada. Pero aún así habrá quien pida en silencio el relato de todas las noches anteriores, frías y solitarias.
Puede responder que el calor de aquellas sábanas aún le persigue, pues caló tan profundo como esa sonrisa que ganó, para no perder nunca más, hace ya más de un mes. Y aún así, el oyente frustrado le tenderá un klinex por si finalmente se arrepiente y echa a llorar sus miserias, que no existen.
Y puede seguir sin salirle las lágrimas. Ha perdido la cuenta de cuándo fue la última vez que lloró de verdad, porque lo de aquella película no cuenta. Hace tanto, que fue en otra ciudad. Demasiado tiempo. Debería ser una buena señal...
Puede declarar que ha conocido a una gran persona. Quizá sea más de una.
Puede contar que acaba de empezar una lista de cosas que no ha hecho nunca y que se ha buscado una compañera sin igual para realizar algunas de ellas en compañía. Ya ha empezado a tachar las primeras. Y ahora anda mirando al cielo, en busca de la azotea más alta de Madrid.
Puede confesar que sigue paseando por el Retiro tres tardes a la semana, en busca de alguien que no termina de aparecer, pero que aparecerá.
Puede decir que se ha encontrado a sí misma en los ojos de un ser especial que pasaba por ahí de casualidad.
Puede afirmar que ha recuperado la fé en tantas cosas que ahora mismo podría llorar de emoción, y sin embargo no lo hace.
Puede constatar que ahora sus noches son más largas. Y sus mañanas también.
Puede asegurar que ha peleado con un cocodrilo en sueños, y que alguien le ha hecho el maravilloso regalo de respirar el olor inexistente de unas flores lejanas.
Puede defenderse aún más diciendo que no puede parar de escribir, ahora no, todavía no, porque se siente tan cómoda consigo misma que sólo de pensarlo escalofría.
Que sí, definitivamente, se han acortado las distancias entre ella y el mundo.
Pero nada de esto vale. Algo triste tiene que haber. Y si no lo encuentra, se lo tendrá que inventar. Si no fuera porque siempre se le dio mal la fantasía...
3 comentarios:
para mí es mucho más sencillo escribir si estoy triste. No es que me guste, pero es así. Con mis mensajes cifrados y todo eso, pero triste.
Nos gusta descubrirnos al leer. Por eso me enamoré de Sebastián. Aborrecerlo es aborrecerme, y eso no me lo puedo permitir.
Da gusto pasar por aquí. Porque acunas.
beso, con cigarro a deshora
a veces nos es más sencillo escribir cuando estamos tristes porque es una excelente forma de dejarlo salir. el alivio es casi infalible, pero sólo casi.
el problema viene cuando no consigues estar triste...
no, no te lo permitas. que no me entere yo. es fácil enamorarse de él. yo no lo hice por lealtad a tí...
da gusto sí. sigue pasando, no dejes de hacerlo...
otro beso, similar, de noche alargada...
... yo me pierdo.
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