Cogí un tren que viajaba a 290 km/h. Demasiado rápido, pero justo lo necesario. Cuando comienzas a caminar sientes esa imperiosa necesidad de llegar lo antes posible a tu destino. Y a veces cuesta desacelerar. Por eso me tuvieron que advertir, una vez ya en Barcelona, que aflojara el ritmo. Que ya había llegado y que sólo quedaba disfrutar. Cuesta dejarse llevar por esto del gozo, pero una vez que lo consigues, es tan satisfactorio que no logras andar más deprisa.
Viernes vertiginoso
Una ciudad a tus pies es como un dulce en un escaparate. Si nos dieran un mazo, caería sobre las ciudades un chubasco de cristales imposible de evitar.
El primer abrazo sucedió bajo la megafonía de una estación. Los encuentros entre viajeros son una catarsis de emociones, eso es indudable. Y cuando hay una maleta grande de por medio, las sensaciones se tropiezan sin querer. Una comida en compañía improvisada. Y de aperitivo, el segundo de los abrazos y el más necesario de ellos. Llueve en Barcelona, pero sólo hasta después de comer. El café, que no no fue café, sino una botella de vino blanco en compañía de nombres conocidos, adelantaba el siguiente de los encuentros, y con él, el tercero de los abrazos más importantes. El más deseado, esta vez. El que más había soñado. Allí, en el mismo lugar que la primera vez hace ya año y medio, en mitad de esa plaza que será nuestra para siempre, pase lo que pase. Alguien debió haber hecho una foto, porque me gustaría guardar ese instante pegado con celo detrás de la puerta de mi habitación. Un paseo improvisado por el Raval, mezclando nuestros pasos con los de extraños viandantes, ninguno de ellos más extraño que cualquiera de las dos. Una cerveza, allí, en ese sitio perfecto, uno de esos oasis de esos que encuentras por casualidad y que se convierte en ideal en ese momento. Cuarto encuentro, cargado de ilusión. Una niña especial, de esas que conviene guardar cerca por si se necesita echar mano de ella, apareció en el momento más adecuado, aunque quizá no fuera el más oportuno. Porque, esa es otra, las cosas bonitas no siempre suceden en el mejor de los momentos. Más conversación en torno a una mesa en un sitio coqueto. Un gran descubrimiento que me guardo en mi agenda, esperando saber cómo volver. Y en caso de que no, ahora sabré a quién puedo acudir para que me lleve de nuevo.
Cae la noche, y el cansancio apremia. Nunca sentó tan bien volver a casa. A casa de verdad, que no era la mía, sino la de mi ángel. Su cuarto, su madre, su cama, su hogar. Quiso compartirlo todo conmigo, y fue éste, quizá, el regalo más grande que me hicieron en todo el fin de semana.
A veces cuesta dormir cuando una está tan tranquila.
A veces cuesta conciliar el sueño cuando el corazón goza de felicidad.
Sábado de emociones fuertes
A veces te despiertas y decides que te vas a Port Aventura. A veces simplemente desayunas. La vida, si no está llena de emociones fuertes de vez en cuando se vuelve un auténtico coñazo. Y cuando necesitas descargarte, lo mejor que puedes hacer es coger el coche y dejar el desayuno para el camino. Una hora y media de viaje sin pérdidas para llegar a China, Indonesia, el Lejano Oeste y México, en un ritmo perfecto, en armonía sin igual. La 105 sonando a todo volúmen a través de las ventanillas del Saxo que viajaba sin la 'L' trasera. Para qué. Dejar de ser nóvel no lo marca la ley, sino una misma en un brote de confianza escurriéndose con el coche en marcha y arrancándala de cuajo. Jamás me sentí tan segura en un coche ajeno, por mucho ruido extraño que sonara de fondo.
Lo bueno de los parques temáticos, es que te sientes una extraña entre extraños, y eso te da libertad para hacer lo que te de la gana. Como chillar cosas que nadie oye, pero que sientes de verdad, en una atracción que pasa de 0 a 140km/h en 3 segundos. Decirle que la quieres por si es la última vez que tu corazón puede latir. Gritar hasta quedarte afónica. O hasta que te nazca un alegre dolor de cabeza. Preparar un bocadillo perfecto en un picnic sobre la marcha. Montarte tres veces en el Dragon Khan, y cumplir una de las cosas que no había hecho en la vida. Una más que tachar de la lista. Saltarte las ballas de las colas como una quinceañera trapecista. Descojonarte de la niña a la que se le salió la ortodoncia en La Estampida. Morirte de miedo en el primer vagón del Tren del Diablo. Y seguir agradecida por la mejor compañía de entre todas las posibles. Esa que estaba a tu lado y cogía tu mano mientras te mentía "ya verás como esta es más flojita". Todo mentira. Pero mentira feliz. Montarte en el coche cuando cierran el Parque, sintiéndote como nueva, como si te hubieran cambiado el cuerpo. O mejor, como si tu energía a tanta velocidad se hubiera limpiado por completo. Ya nada importaba, nada hubiera importado.
Una cena larga, después de una ducha necesaria, con jabón y sin toallitas, fresca y reluciente, dispuesta a vivir la noche, cualquiera que fuera las caras que te mostrara. Porque las noches son así; sabes como empiezan, pero nadie te puede decir cómo terminarán. Quinto abrazo, el más querido. El que más se hizo de rogar. Una cena larga, entre palillos, cómo no, con astros de por medio, con aserciones con extrema puntería y cuatro cocktails y un café y un camarero con mucha gracia.
Una noche en diferente compañía, esta vez no en casa, no con ella pero sí larga, muy larga.
A veces cuesta dormir cuando hay tanto de lo que hablar.
A veces cuesta conciliar el sueño cuando todo se mueve tan deprisa.
Si no cuento más es porque no quiero. Si no digo más, es porque me lo guardo para mí.
Domingo astromántico
El primer adios no siempre es el más fácil, pero casi siempre es el menos complicado.
Volverla a encontrar, donde la cena del día anterior, las dos con el mismo vestido, como si no hubiera pasado la noche entre medias. Volver a casa, que sigue sin ser la mía, pero que cada día lo es un poco más. Una comida casera de mamá, que no es mi mamá. Un té familiar, en un sofá que no es el de mi salón. Sentir la calma apoyada en su cariño, con una estabilidad pasmosa entre tanto movimiento. Superar el vértigo si es a su lado. Sentirme tan arropada, tan asistida, tan ayudada, tan comprendida, tan protegida. No sé cómo he tardado tanto en conocer a mi ángel particular.
Volver a coger el coche, para, esta vez, lanzarnos a la aventura de los pueblos del interior.
Una 'gasulinera' en mitad de la nada, 20 euros. Dar veinticinco vueltas a una rotonda a la espera de tomar una decisión sobre nuestro próximo destino, un mareo merecido. Encontrar un pantano donde dos chinos pescan pezqueñines sin licencia, no tiene precio.
Nadie podría haber imaginado que semejante restaurante existía en ese pueblo. Una cena maravillosa, bebiéndonos el cansancio acumulado durante todo el viaje y tomar de postre crema catalana es la guinda perfecta para tres días inolvidables.
Lunes de sol y playa
Los viajes no terminan cuando una dice que terminan; acaban cuando tienen que acabar. Lo dije antes, el puzzle requirió un día más. Un bonus que guardaba mi ángel en su manga para regalarme cuando más lo necesitaba ese comodín de vida extra que te obsequian en los videojuegos para que sigas disfrutando un poco más. Porque te lo has merecido. Sólo que aquí la realidad superaba a la ficción, con creces.
La segunda visita a un veterinario que no es el mío, en menos de un mes. Voy sobrepasando mis puntos delirantes. Algún día tendré que cambiar mi nombre y ponerlo en superlativo.
La playa está tantas veces más cerca de lo que crees que cuando lo descubres te la quieres beber entera. Qué resfrescante sensación la de respirar el mar tan profundamente que se hielan tus entrañas al paso de esa brisa por tus interioridades. Meditar, visualizar, mandar amor, canalizar energía positiva. A veces a quién, de lo cerca que está, temes que se electrocute con la corriente. Pocas paellas supieron tan ricas. Pocas comidas salieron tan bien. De nuevo alguien podría haber hecho una foto de ese instante, y esta vez, así fue.
Cuando tienes que llegar a una estación de tren para despedirte, todo va más lento. De pronto se pone la nube negra encima, que sale de la nada de ese cielo azul celeste que nos envolvió todo el fin de semana, se amontonan los coches en las carreteras, los atascos no quieren que llegues a tiempo, y al final acabas llegando y por desgracia no perdiste el tren.
El último abrazo es el peor. De eso no hay duda. Es, además, el que menos dura. El que más escuece. Echar de menos sin lágrimas de por medio y sabiendo que volverás pronto es lo más bello que puedes llevar de equipaje de mano. Más todavía que todos los recuerdos bonitos que se amontonan en tu maleta. Por eso está a rebosar. Por eso no lograbas cerrarla del todo. Ahora se comprende. Era toda esa felicidad que se te hincha por momentos, también en tu mochila. Esa agradable sensación que te devuelve el equilibrio y te hace no poder parar de agradecer.
Hay viajes que no salen perfectos, pero sin embargo lo son.
Esta noche me voy a pintar las uñas de color naranja mandarina. Como su pijama.
5 comentarios:
:O
...
=D
!!!!
No es posible decirlo de un modo mas sinténtico: me encantasssss!!
Que lo sepasssssssssssss!!
;-)
Me duele el corazón.
A simple vista un sinfin de palabras inacabables, pero si te adentras en cada párrafo se puede comprobar la locura de tu viaje.
Encantada yo, encantada tú, encantados los momentos de tenerte aqui tan cerca!!!!!!!!!!!!
beatrize... :)))) tenemos que quedar, te tengo que contar, tenemos que dedicarnos una mañana, me tienes que contar... ve eligiendo día...
papi... aiiii, mi papi!!! que te quiero yo a tíiii!!! qué especial lo hiciste. gracias por todo, gracias por querer, por poder, por venir. gracias por abrazos. gracias de verdad!
clara... que no te duela. que es la única parte del cuerpo que no admite penas...
farera... buah, qué podría decirte a tí... que se prepare la cartera porque pienso darle mogollón de trabajo de aquí hasta que te vuelva a ver. qué especial eres, niña! espero que lo sepas y no lo olvides nunca. qué de cosas has conseguido de mí, muchas más de los que, estando cerca, han logrado en mucho tiempo. qué fácil lo haces todo. qué genial cada momento. qué encanto....
miles de besos, a repartir...
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