Irene anda buscando una terraza donde el sol caiga perpendicular.
Quiere un café, con hielo, quizá algo para comer y un cenicero cerca, por si acaso.
Se ha marchado a Lisboa, en una escapada sin huir, simplemente deseando estar lejos.
No hay penas, ni agobios, ni siquiera dolor en su movimiento.
Es consciente, sin más, de que a veces hay que estar lejos para verlo todo más claro.
Hay pocas mesas en esta plaza.
Y las que hay, están ocupadas.
Nunca se le dio bien incluirse en círculos ya poblados.
Por eso permanece en pie, a la espera de que se haga un sitio para ella, tranquila, serena, feliz.
Se pregunta de qué color serán ahora sus ojos.
Nunca la vio llorar, pero sabe de sobra que el tono de su mirada será diferente.
Quizá más verde, más verde aún.
Quizá brillante.
Quizá electríco.
Cómo ahogará sus penas, cuando nacen previsibles y al mismo tiempo, inevitables.
Y sobre todo se pregunta por qué ella no estuvo allí, o no lo está siempre, por si acaso un abrazo es requerido en un momento concreto.
Que ya ha dejado de fiarse de los mensajeros que llevan encargos de un móvil a otro.
Que esta vez lo va a hacer bien, y va a ser desde el principio.
Irene es reconocida como la chica que siempre está.
Ahí, aquí, donde se la necesita.
O donde se la quiere, que viene a ser más o menos lo mismo.
Le ha costado toda una vida ganarse ese distintivo y no están ahora las cosas como para perderlo.
No con ella. No ahora.
No, de ninguna manera.
Alguien se levanta en esta plaza, arrastrando las patas de aluminio de una silla ruidosa.
Dejan los dos amigos unas tazas y un plato gastados y vacíos, y con sus pasos alejándose, un hueco que rellenar, que mira a Irene incesante y hambriento.
Irene se da media vuelta.
Siempre se le dio bien girar.
Y se marcha de esa plaza, de esa ciudad, con una sonrisa satisfecha en la cara.
Bastaron sólo unos minutos para sacarle provecho a la escapada.
Que ese café se lo tomará al sol de otro país, el suyo.
En otra plaza con sillas calientes.
En otra ciudad de acento distinto.
Que ya se ha cansado de envíos sin acuse de recibo.
Que empieza desde hoy a entregar en mano, cuerpo y alma.
Que lo suyo es de ella.
Y nadie le debe arrebatar lo que se ha ganado...
A pulso.
1 comentario:
ya me llegó tu carta desde Lisboa. Me gustan las palabras que cruzan la frontera
:)
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