busca entre mis delirios

jueves, octubre 15, 2009

causa y efecto

Hoy voy a hacer un viaje a un lugar muy lejano de cuyo nombre me acuerdo bien. Me montaré en ese tren para el que tengo billete en clase preferente. Me darán Ratatouille para desayunar y yo sólo podré saborearte. Dormiré sobre mi abrigo, en la ventana apoyada y soñaré con algo bonito, futuro, condicional e ideal. Llegaré a la estación que tan lejos pero tan cerca está y alquilaré un coche con mi tarjeta de débito. Será un C3 azul cielo o no será en absoluto. El buen hombre de la agencia me tratará con casi cariño y me regalará un mapa de carreteras que guardaré como souvenir. Y alquilaré el coche porque sé bien que en aquella ciudad no hay taxis, ni mejor forma de ir a donde quiero volver. Daré vueltas y vueltas para poder entrar en el centro y si hace falta, me meteré por calles peatonales de circulación prohibida a vehículos. Sonará ese disco una y otra vez hasta que me sepa cada melodía, cada letra y cada punteo. Sé que no encontraré la entrada al parking del bulevard porque está escondida para que nadie la halle y se pierda por las calles de la ciudad sólo para disfrutarla mientras agoniza y pierde la paciencia al volante. Ni un sólo sitio libre. Esta también es prohibida. Escucharé el mismo idioma que aquí, a pesar de lo contrario que se supondría. Reservaré mesa en ese restaurante que ya me conoce y sé que si le guiño un ojo a mi camarero amigo, me guardará esa precisa mesa desde la que se ve el mar con toda su claridad. ¿Vino blanco o vino tinto?. Vino blanco, que con los chipirones en su tinta, entra mejor. Eso sí, pediré que no suene Bebe de fondo. Pasearé en busca de otro Blas que reemplace al perdido en un disgusto. Y cruzaré la plaza de Gentelua, que se llama así porque siempre hay mucha gente, aunque aseguro desde ya en una apuesta conmigo misma, que no encontraré wifi pública en ella. Igual me atropella un perro que vaya a toda leche. Porque en esa ciudad la gente corre muchísimo. Tendré que tener cuidado con el carril bici, porque atraviesa toda la ciudad sin piedad. Me quedaré a dormir en la habitación de un hostal decorada por Gaugin, aunque nunca fue mi posimpresionista favorito, pero el rojo le sienta tan bien... Caminaré por los bordes que moja el mar de esta ciudad tantos kilómetros como sean precisos y me despeinaré los rizos al son de las olas y el viento confabulados. Volveré a ponerme en pie en ese poyete, sólo para confirmar que he perdido el miedo a las alturas para siempre. Me quedaré en reserva y tendré que aparcar, porque no encontraré gasolinera en todos los alrededores. Pronto me daré cuenta de que he perdido el cable del cargador de la cámara de fotos, y no me quedará más remedio que ingeniar alguna solución, pues me niego a no disparar más, que quiero guardármelo todo como si fuera lo último que me quede. Bajaré a la arena de la playa con los zapatos puestos y me sentiré un poco niña por una vez. Luego cenaré con vino semiespumoso de la tierra, que parece sidra pero no lo es, y me sentará gracioso, haciéndome reir sin parar y disfrutando a la mañana siguiente de unas alegres agujetas en la mandíbula. Te compraré una camiseta y la dependienta habrá aprendido algo nuevo al explicarle yo que el dibujo de la misma es un clavijero. Desayunaré colacao templado y un croissant recién hecho por mucho que tenga que madrugar para ello. Caerá un chorizo frito a la hora del aperitivo sólo para saciar un antojo. Me sentaré ante el tiovivo para verlo girar una y otra vez, con los pocos niños dentro. Y quizá entre en la iglesia del Barroquismo, porque alguien me tiene que explicar qué hace una imagen de la ascensión en la portada. Echaré monedas a quien toque por la calle algo bonito que me acaricie el alma y me sentaré un rato de noche a ver el faro girar frente al mar. Y en cada etapa de 12 segundos de oscuridad cerraré los ojos para verte, ahí, conmigo, sonriéndome. Y quizá cojas mi mano y me acaricies con tus pestañas y me roces con tu voz en un susurro que nadie más que yo oiga y te acerques despacito en un abrazo que se nos va de las manos. Y yo rezaré para que esos 12 segundos duren para siempre...



Jorge Drexler · Causa y efecto

3 comentarios:

Marta dijo...

si fuera hetero... saldría con drexler xD (aunque él ya está con leonor waitling... weno, saldría con los dos O.o)

xD

un beso niña!

Argax dijo...

Menudo plan, se ve que ya has hecho zumo con esa ciudad otras veces.
Chipirones con vino blanco, vaya tela marinera!!!

Un beso.

Carmen dijo...

eeestoooo, ejem... drexler??! :)